Muy pocas veces en la historia de las elecciones de Estados Unidos la prensa había tenido un papel tan crucial. Especialmente los medios más tradicionales como The New York Times y el Washington Post.
Estos prestigiosos periódicos en sus ediciones de papel y digital han sido determinantes para mostrar a Hillary Clinton y Donald Trump de cuerpo entero. Con seguimientos sistemáticos han comprobado la coherencia de sus mensajes y han puesto en consideración de los electores la información suficiente para conocer quiénes son los aspirantes a la Casa Blanca. Las publicaciones de estos medios han sido decisivas. Marcaron un quiebre en la campaña, sobre todo, en torno a la figura del republicano Trump, que hoy enfrenta un desgaste acelerado de su popularidad.
Tras una filtración anónima, el Times realizó una prolija investigación sobre los negocios fracasados del magnate Trump y cómo durante más de una década dejó de pagar impuestos, apelando a la Ley de quiebra. Luego, el Washington Post reveló la grabación en la que el millonario pronunciaba unas frases agresivas y ofensivas hacia las mujeres. La grabación mostró su imagen como un candidato misógino y racista. Varias afectadas dejaron el anonimato para denunciarlo por acoso sexual.
En incontables ocasiones, Trump ha atacado a la prensa a la que ha tildado de corrupta y de haber orquestado un complot en su contra. Es sintomático: los políticos que son escrutados detestan a los periodistas que los ponen al descubierto. Son sus peores enemigos.
En Ecuador, con la campaña presidencial en marcha, la necesidad de una prensa que informe sobre los candidatos es vital. Sobre todo, que muestre a qué intereses representan, quiénes son sus financistas.
También es clave la vigilancia de la tarea que cumple el Consejo Nacional Electoral, que tan complaciente se ha mostrado frente a las continuas violaciones del oficialismo de la prohibición de la propaganda anticipada.