Estamos en campaña electoral. Tenemos ya, lector, ocho ‘presidenciables’. Haciendo un esfuerzo condescendiente, acopiando las virtudes y expurgando los defectos de cada uno, no lograremos armar un estadista que entusiasme, aglutinador, preparado y con experiencia. Expresan todos, en conjunto (aunque individualmente unas veces sí y otras no), los tradicionales vicios de nuestra política, repetidos con empecinamiento irresponsable: primacía de los intereses particulares sobre los intereses colectivos, irrespeto al orden jurídico y atropello a las leyes, contribución irreflexiva al debilitamiento institucional, carencia de planes y programas, improvisación, cinismo, demagogia…
El Ecuador vive -padece- una dictadura. A lo largo de los últimos seis años, socavando las instituciones, arrasando la Constitución y pisoteando las leyes, engañando y mintiendo, distorsionando los hechos, descalificando adversarios y críticos y estimulando odios y resentimientos sociales, se ha ido consolidando, con el respaldo de la mayoría, la alcahuetería de esbirros y parásitos palaciegos, la ceguera de los indiferentes y el silencio y la cobardía de muchos, un proyecto político a largo plazo, concentrador y excluyente, autoritario y personalista, abusivo y corruptor, siempre antidemocrático, hasta tal punto que creo que la tarea prioritaria consiste en contrarrestarlo y, en última instancia, derrotarlo.
¿La dispersión de grupos políticos y sociales ayudará a lograr ese objetivo? Todo lo contrario. La multiplicación de candidatos, cómplices unos, fracasados y desconocidos otros, sin respaldos sólidos y cargando culpas del pasado, fortalecerá las opciones de nuestro ‘buen dictador’, que no escatimará recursos (los del Estado, por supuesto, que pertenecen a todos) para lograr su ‘reelección’. Las leyes electorales y los límites que imponen serán burlados otra vez. Toda la estructura burocrática será utilizada deshonestamente a favor de los candidatos oficiales. El clientelismo rampante continuará imponiéndose, y algunos ciudadanos, aferrándose a una inútil esperanza, agradecerán las migajas que les arrojen.
Las causas trascendentes reclaman generosidad y desprendimiento. Ante la exigencia de luchar por el restablecimiento de un auténtico orden constitucional y de impedir la confirmación de un proyecto autoritario y represivo, que es una tarea inmediata e impostergable, ¿el sentido común no imponía la necesidad de la unión y la formación de amplias alianzas políticas y sociales? Los afanes de figuración y protagonismo han prevalecido una vez más sobre la sensatez. A nuestros políticos les basta y sobra su diminuta parcela de poder. En la aldeana visión de su quehacer, chatos y sin perspectivas, obcecados y banales, carentes de grandeza, el país ocupa un lugar secundario. Espero equivocarme.