Hace poco más de cinco años, un movimiento político emergente alcanzaba el poder. Había encontrado un portavoz que, tomando el discurso de los grupos de izquierda, consiguió aglutinar en su entorno a fuerzas que mantuvieron protagonismo en las últimas décadas, pero que por sí mismas no habían conseguido acceder al gobierno. El uno dependía del otro. En su momento esa alianza fue decisiva para desmoronar las instituciones y moldear un novel marco legal, en el que supuestamente se asentarían las bases de un pretendido nuevo país. En el accionar empezaron a surgir las diferencias. Ya en el gobierno encontraron que, si bien las tesis zurdas tienen gran aceptación por estos lares, a los pomposamente autodefinidos como revolucionarios les encanta ser de vanguardia pero con gustos burgueses. Para mantener contenta a toda esa base de apoyo eran necesarios recursos y para ello había que ser un poco más pragmáticos, a costa aún de marcar diferencias con sus antiguos aliados. El otro grupo, más apegado a las consignas del inmovilismo, lo percibió como una deslealtad al proyecto original y la disolución se precipitó.
De frente a un nuevo proceso eleccionario las partes han decidido marcar sus propios espacios y hacer movimientos tácticos, para recordar unos y otros sus propias fuerzas. Curándose en salud, antes que las elecciones arranquen, el gobierno ha decidido suscribir un contrato minero ampliamente rechazado por el sector que antes lo apoyaba. Meses atrás hizo lo propio en el sector hidrocarburos. Quizá en análisis internos, la administración prevea que pasadas las elecciones los escenarios se compliquen para llevar adelante esas sus políticas. El gobierno, a fin de asegurarse su control hegemónico, ha dictado reformas a la normativa electoral que, en el caso de repetirse la votación del período anterior, le brindaría una cómoda ventaja. Sin embargo, las condiciones no son las mismas. Ya no existe ese apoyo irrestricto de ese 7% del electorado que, al momento de los comicios, es de una tremenda importancia. Se lo vio en la última consulta. No se pretende afirmar que aquello pueda poner en riesgo las posibilidades electorales para una reelección, pero la conformación de la Asamblea podría ser otra. De hecho, sin las reformas lo habría sido.
Cualquiera sean los resultados, hay que recordar que las dos fuerzas políticas han sido actores cruciales que han influido decisivamente en la actual realidad del país. Son los responsables directos de lo bueno o malo y de lo mucho o poco que haya hecho este gobierno. Lo que no se puede aceptar es que, a título de una supuesta pureza ideológica, los antiguos aliados intenten desligarse de las responsabilidades que les competen en este proceso. Más aún, resulta histriónico que sigan ofreciendo como alternativas de futuro tesis que sus propios ex aliados las han tenido que abandonar en el camino.