En los medios aparece una foto de quienes hacen una revista, cuyo contenido incomoda al Régimen. Jóvenes todos, seguramente de la generación que crítica ante los sucesos mundiales, preocupada ante un mundo que se lo veía unipolar e incómoda con los eventos sucedidos en las décadas pasadas, exigía un cambio. Sin embargo, cautivados probablemente por el discurso de supuesta avanzada, que todo cambio positivo mira con el ventrículo izquierdo de su músculo cardíaco, no encontraron mejor opción que apoyar la idea de arrasar con todo. Esa visión aderezada con los símbolos de rebeldía que caracterizan a la juventud, fue reacia a considerar que todo cambio para que sea profundo y permanente y que no contradiga libertades mínimas, tiene que hacerse respetando el derecho a la disensión y robusteciéndola con la construcción de consensos mínimos que, en última instancia, se plasmen en un marco institucional a ser respetado por todos. Dieron paso a que se instale otro poder hegemónico que en vez de establecer los cimientos para un nuevo orden ha devenido en un simple cambio de actores, pero con los mismos o peores vicios.
Esa generación imbuida de idealismo debe haber sufrido una gran decepción. Si bien por factores exógenos la situación económica de muchos de ellos puede haber mejorado, las condiciones cualitativas de la sociedad en su conjunto se han deteriorado. Los ánimos se han vuelto crispados, la desconfianza en muchos sectores cunde, lo que hace pensar que el bienestar durará lo que dicten las condiciones externas de la economía. No se ha podido construir una base productiva sólida que nos haga ser menos dependientes de los avatares foráneos. Si se repasa lo sucedido en los últimos años, podemos apreciar que no se han aprovechado las excelentes oportunidades que nos ha brindado la coyuntura mundial para avanzar en forma decidida. Lo que preocupa es que aun en ciertas corrientes locales y foráneas se insiste en el rumbo trazado, que puede dar indiscutibles réditos políticos pero que nos deja más vulnerables de cara a lo futuro.
A estas alturas nadie puede pensar que sólo el desarrollismo nos sacará adelante. Peor, de otro lado, que la intervención estatal en todas la áreas de la economía es la panacea. Ya se lo ha comprobado durante años aquí y en varios países, que sólo la creación de empleo sostenible y sustentable brinda la oportunidad de fortalecer la cohesión social. Para ello se requiere la participación activa y decidida de amplios sectores políticos y sociales. Pero por sobre todo se requiere crear una institucionalidad fuerte, ajena a la sola voluntad del poder, que simplemente establezca las condiciones mínimas en las que tienen que desenvolverse los ciudadanos en un ambiente de libertades plenas. Si no se lo entiende a tiempo estaremos repitiendo una y otra vez la misma historia.