Cambian hábitos energéticos en latinoamérica

Brasil ocupa el primer lugar en América Latina y el quinto en el mundo en capacidad instalada en energía solar para caldear, “olvidada” en las estadísticas por no generar electricidad y con paneles algo distintos a la fotovoltaica.

Le sigue de lejos México dentro una región que aprovecha poco esa alternativa, cuyo aporte mundial equivale al de la generación fotovoltaica y que evitó la emisión de 130 millones de toneladas de carbono en 2016, según un estudio de la Agencia Internacional de Energía (AIE).

La energía solar en sus distintos usos permite a las ciudades pasar de meras consumidoras y derrochadoras de energía a generadoras de una parte de sus necesidades.

Sus tejados con paneles fotovoltaicos podrían proveer hasta 32% de la demanda eléctrica urbana mundial hacia 2050, pronostica la AIE en su informe Perspectivas sobre la Tecnología Energética de 2016.

Grandes ciudades latinoamericanas sobresalen en las listas de las más sostenibles o verdes del mundo, pero eso obedece en buena parte al consumo de energías renovables, especialmente la hídrica, abundante en sus países, producto de políticas nacionales. Pero las alcaldías poco o nada influyen en esa generación, a excepción de Colombia, con sus tradicionales empresas municipales de servicios públicos, como la de Medellín, dueña de 25 centrales hidroeléctricas. El 2012 abrió paso al boom fotovoltaico, porque permitió a los generadores distribuidos o descentralizados, aquellos con pequeñas plantas residenciales o empresariales destinadas primordialmente al autoconsumo, poder vender sus excedentes, en lo que contribuye a la generación social de energía.

Pero ciudades latinoamericanas también presentan retrocesos. São Paulo agravó su mortal contaminación por nanopartículas cuando la diferencia de precios estimuló el consumo de gasolina en desmedro del etanol. En Quito, otro ejemplo, los aplaudidos trolebuses eléctricos fueron sustituidos por los movidos a diesel, por ser más baratos.

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