Cambiar la cultura política

¿Cómo garantizar el éxito de una nueva reforma política? Esta debería ser la verdadera materia del debate político actual.

Porque aunque fuéramos capaces de inventar un sistema de gobierno que se ajuste a las particularidades de la realidad ecuatoriana, el hecho cierto es que gobernantes y gobernados seguiremos cometiendo los errores de siempre, porque nuestra cultura política no habrá cambiado.


En otras palabras, un nuevo sistema político no modificará el comportamiento de los líderes partidistas ni el de la mayoría de ecuatorianos pues, para la gran mayoría de personas, la democracia solo significa la posibilidad de votar esporádicamente, manifestarse públicamente sobre cualquier tema y ocupar un puesto de elección popular.


Nada o muy poco sabemos sobre el significado de ciudadanía, civilidad o servicio público, pues nuestra educación política dista de ser la adecuada para vivir en un sistema republicano. Los pensadores políticos clásicos vieron tempranamente la necesidad de tener una cultura democrática que asegure el buen funcionamiento de los sistemas de gobierno y dedicaron sendas obras a ese tema.


“Some Thoughts Concerning Education”, de Locke, y “Emile”, de Rousseau, son los libros más importantes sobre la materia. Ambos pensadores buscaron formar un ciudadano cuyos intereses personales no entrasen en conflicto con el bien común, inculcando en ellos un acendrado sentido de la justicia y una clara misión de servicio público.


Para Locke, la razón es el único recurso que permitirá acercarnos a aquel ciudadano ideal, pues ella nos mantendría alejados de nuestros apetitos personales, sobre todo de nuestra natural disposición a “dominar a los demás”.
Para Rousseau, en cambio, cultivar las pasiones humanas es el mejor vehículo para formar a un ciudadano.

La compasión –o la empatía, como se dice ahora– es, para el pensador suizo, el sentimiento más importante, pues él nos permitiría entender la situación de los demás y nos haría, por tanto, más proclives al diálogo y a la tolerancia. El amor propio también es otro sentimiento indispensable para la construcción de un ciudadano ejemplar, decía Rousseau.


¿Qué tipo de ciudadano queremos ser los ecuatorianos? ¿Cuáles debieran ser nuestros valores cívicos esenciales? Estas son dos preguntas clave que deberíamos responder para asegurarnos que cualquier reforma que emprendamos tenga posibilidades de éxito.


De lo contrario, malgastaremos tiempo y energía en un debate casi bizantino sobre las características del sistema político más idóneo para el país, sin reparar en el hecho incontestable de que los sistemas políticos son gobernados por las personas y que son estas las que deberán cambiar primero para que todo lo demás funcione.

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