Para el Régimen, los resultados de la consulta popular suponen un desafío de grandes proporciones: cómo seguir gobernando en un ambiente constante y generalizado de confrontación, de emociones divergentes, en resumen, de adrenalina a la vena. Es que, no se olviden, para el Gobierno es fundamental siempre enfrentar, dividir, pelear y tener, en términos boxísticos, un ‘sparring’ en el cuadrilátero y contra las cuerdas. Para el Gobierno es de la esencia mirar de modo amenazante, escupir por el colmillo y blandir el revólver. Así, durante estos cuatro años y monedas el oficialismo ha vivido y se ha cebado de grandes golpes de efecto, de quijotescas batallas y ofensivas contra enemigos variables, como la banca, la prensa, varios sectores empresariales o contra enemigos invisibles, como los grandes imperios, las compañías multinacionales o los oscuros intereses, por ejemplo.
En relación con todo lo anterior, los apretados resultados de la consulta popular dejaron al Régimen descolocado. En vez de salir fortalecido, al oficialismo se le desinflaron los músculos y se le ablandaron las carnes. La consulta no resultó, como se creía, en el puñetazo del ‘nocaut’, en la trompada definitiva, que terminó por mandar a los contrincantes -reales y de fantasía- a la áspera lona. Además, implementar las reformas necesarias tras la consulta popular resultarán -eso denlo por seguro- en el progresivo desgaste del Régimen. Una cosa será poner en práctica las reformas con resultados tan ceñidos y otra habría sido (entramos en los terrenos de la especulación) ponerlas en práctica con un triunfo claro y contundente.
Si el viento ya no infla las velas será necesario inventar algo, darle al Gobierno una nueva causa bélica. Esta nueva excusa para librar más cruzadas políticas podría ser la llamada muerte cruzada, una institución constitucional que le permite al Presidente de la República disolver a la Asamblea Nacional, presentarse a nuevas elecciones (elecciones legislativas también) y dictar leyes de urgencia económica mientras tanto. Implementar la muerte cruzada le permitirá al Régimen volver a sus primeros amores: las elecciones, las tarimas, los discursos y la orgía publicitaria. También le permitirá patear el tablero, poner en práctica su lógica de apostador y jugar a lo que más le gusta: matar o morir. Sin embargo, la puesta en práctica de la muerte cruzada también podría traer riesgos de consideración.
¿Qué pasa, por ejemplo, si el candidato Presidente pierde las elecciones o las gana ajustadamente?
¿Qué pasa si, en nuevas elecciones, el oficialismo pierde su predominio parlamentario? Buscar la adrenalina tiene sus trances, sus riesgos implícitos.