En mi anterior columna describí la imposibilidad de aprender de la experiencia que aqueja a aquellos a quienes según José Antonio Marina “nada puede apear del burro”. Esa reflexión lleva a una pregunta esencial: ¿Cuáles son las experiencias de las que es más importante que aprendamos? Puesto en los términos de Marina, ¿De cuál burro debemos apearnos primero?
Entre tantas opciones, es difícil priorizar. Está la nefasta experiencia con populistas y demagogos –Perón en Argentina, Paz Estenssoro en Bolivia, los Castro en Cuba- cuyo logro más evidente fue empeorar la pobreza al buscar redistribuir lo que había, en lugar de propender a la generación de más y luego a su mejor distribución. Está la igualmente dura experiencia de los regímenes represivos –Pinochet en Chile, nuevamente los Castro, y tantos, tantos más en todo el continente- que dejaron horrendas huellas de dolor y muerte. Sin desmerecer la importancia de esas experiencias, de las cuales aún podemos extraer muchas lecciones, he concluido que la primera de la cual debemos tratar de aprender es la de la indiferencia de muchísimos de nuestros conciudadanos frente a las deplorables condiciones de nuestras sociedades. Resulta asombrosa la facilidad con la cual millones de latinoamericanos seguimos creyendo que lo que ocurre a nuestro alrededor “no es nuestro problema” y que “alguien”, que no nos incluye, debe hacer “algo” para reducir la inseguridad, mejorar la eficiencia de las burocracias, eliminar la corrupción, o abrir mayores oportunidades. Y de generación en generación, seguimos con los más altos índices de desigualdad económica, tasas altísimas de evasión tributaria, bajas tasas de inversión en educación, tensión, confrontación y desconfianza. De ese burro es imprescindible apearnos. Hacerlo pasa por reconocer que existe esa indiferencia, y tratar de comprenderla.
El sicoterapeuta germano-norteamericano Friederich Perls sugirió que nos estancamos sicológicamente en aquellos puntos en los que existe sentido de culpa. ¿Será que evadimos hacernos cargo de nuestras deplorables condiciones sociales porque nos sentimos culpables?
Esa es una de las posibles explicaciones, y exige preguntar ¿Culpables de qué? Pudiera ser, precisamente, de ser indiferentes frente a tamañas realidades. Pero hay más: la retórica antiliberal que tanto hemos oído desde una de las vertientes de nuestro pensamiento social ha llevado a asumir una carga de culpa histórica que considero un error. No somos culpables de lo que hicieron o dejaron de hacer nuestros antepasados. Somos responsables solo de nuestras propias acciones u omisiones, y podemos cambiar nuestra tradicional indiferencia por un honesto reconocimiento de deficiencias y el compromiso común de enmendarlas.