No hay nada que hacer: tan solo los países con instituciones sólidas, aquellos que cuentan con burócratas altamente calificados, esa meritocracia a la cual no le tiemblan los riñones cuando se producen los cambios de gobernantes, son los que saben de políticas de Estado que deben mantenerse, hasta tanto los nuevos tiempos, las nuevas realidades se impongan, siempre el interés nacional en la mira, el bien común.
En aquellos países que así han llegado a progresar, a desarrollarse, el campo de maniobra de un nuevo gobernante es limitado. Fueron los grandes burócratas los que silenciaron al presidente Mitterrand.
¿Cómo era posible que el país de la Revolución Francesa, la de los derechos del hombre y el ciudadano, mantuviera una boyante industria de la muerte como ha sido definida la farmacéutica? No volvió a chistar sobre el tema. La bancada socialista de la Asamblea Nacional, incluidos los comunistas, perdieron también el don de la palabra. El bienestar de los obreros franceses en parte se financiaba con lo que le correspondía al Gobierno en el fabuloso comercio de las medicinas.
Países como el nuestro son navíos al garete: carecemos de instituciones sólidas, con una burocracia de alto nivel como para imponerse a la demagogia, la improvisación y la arbitrariedad de los que llegan al poder. Desde luego que entre nosotros se han dado empeños admirables para crear instituciones que resistieran tales embates. El IESS y el Banco Central fueron instituciones ejemplares hasta los tiempos del Ing. J. Rubén Orellana y Guillermo Pérez Chiriboga. ¿Llegaremos a contar con instituciones sólidas? Posiblemente, con los años. Entre tanto, de bochinche en bochinche, como diría el Gral. Francisco de Miranda en la Venezuela de sus años. Nada de fondo. Se nos pasa el tiempo en discusiones bizantinas. Definir qué es democracia, entre nosotros como preguntarse qué es primero el huevo o la gallina, los valores o los derechos. De enloquecer. Así se explican los autoritarismos latinoamericanos.
Lo más grave de todo, las desmemorias, los olvidos. Quienes tratan de unirse en un frente de oposición al gobierno de Correa dan la impresión de pretender ser artífices de un portento: la mezcla del agua con el aceite, en el entendimiento de que nadie recuerda nada. ¿Democracia? ¿Libertad? La oligarquía en el poder económico y político, desde que se tiene memoria. Los que descubrieron que los juicios penales era el mejor método de silenciamiento. Los que pretendían hacer de nuestro país un inmenso puerto franco. Los que le hubieran hecho desaparecer al SRI. Los que politizaron la justicia sin pudor ni rubor.
Con tales demócratas, con tales amantes de la libertad, con tales políticos de oposición ni a misa. “Hasta no verte Jesús mío” es el título de una de las grandes novelas de Elena Poniatowska.