Demasiada bulla. Ensordecedora. Del mariachi loco al gangam style con los nombres y frases de los candidatos acomodados a las canciones de moda. En una esquina, la 62. En otra, la 35. En la siguiente, suena todo 10. Y la de más allá le hace la propaganda a la 3. Los de la 15 en otra. Eso sí, todos, con la misma metodología: enormes parlantes, música a todo volumen anunciando al mejor asambleísta, el más amigo, el más honesto, el más comprometido, el más puro, el más transparente, el más generoso, el más coherente, así se haya cambiado de camiseta, de partido o de movimiento, las veces que sea necesario.
Una caravana por la una vía. La otra, por la calle paralela. El anuncio de la visita de un candidato cada día, allí, donde, de ordinario, no llega nadie. Todos ofreciendo salvar a la patria. Todos llenándose la boca con dos palabras: mi pueblo. Y el pueblo que se joda, con la misma música a tope todo el día, con las consignas una y otra vez, con las banderas, con las calles cerradas y con funcionarios que se debaten entre las tareas que deben cumplir y las de campaña.
Antes, donde había un candidato, hoy hay cinco. Divide y vencerás. La política es el arte de hacer amigos a los enemigos y enemigos a los amigos. Todos, ahora en distinto bando, gastando recursos del Estado porque acá, los funcionarios públicos y de los gobiernos seccionales están en campaña.
A todos los candidatos les ha dado por rezar, por agradecer a Dios, por pedirle al mismo Dios que les ilumine. ¿Si la Iglesia no tiene que meterse en cosas de la política por qué a los políticos se les permite meterse en las cosas de la Iglesia? Nada. Todos rezan. Y si cada uno pudiera tener una estampa, con su propio rostro, mejor. Todos son buenos y los contrincantes, malos. Todos son fe. Todos son dogma. Todos, sin tacha.
Mucha bulla. Pero la vida sigue y pasa. Los problemas son los mismos. Las demandas insatisfechas, también. La gente esperando las dádivas de cada uno de ellos: desde un colchón, hasta un bono, pasando por camisetas y pegatinas. Con la mirada perdida unos, con la mano extendida otros, esperando a ver quién da más para decidir el voto. Viva. Viva la democracia.
También indiferencia. Total. Mientras la música ensordecedora sigue, y mientras compiten los candidatos a asambleístas en un barrio han violado y matado a una niña de 12, se ha registrado otro caso de mala práctica médica y a una mujer le ha golpeado el marido. Otro viene a querer denunciar que la compañía le ofreció trabajo para la comunidad y que el trabajo ha durado apenas un mes. Absorto, dice que ha oído que un candidato ofrece no explotar una gota más de petróleo. ¿Y ahora, en qué iremos a trabajar?, dice, seguro, de que por ese no dará su voto aunque a la vez quiera denunciar a la compañía que le acaba de engañar. Mucha bulla en esta fiesta democrática.