Buenas razones para celebrar

El 20 de noviembre se conmemoran los 25 años de la aprobación de la Convención sobre los Derechos del Niño por parte de Naciones Unidas, un hito de la historia de los derechos. Redactarla tomó 10 años. En los primeros momentos de discusión se reflejó la compleja disputa ideológica entre Este y Oeste, en esa época (la de la Guerra Fría) cada espacio era aprovechado para defender una concepción determinada de derechos: los unos privilegiando las libertades, los otros las prestaciones y la igualdad en bienes y servicios (un pasado que parece querer regresar).

Un lento avance, pero con una relevante e inédita contribución de la sociedad civil, con una amplia participación de Estados con diferentes percepciones culturales sobre la infancia y variados sistemas jurídicos en la redacción, obligó a que los artículos se aprueben en consenso, es decir no siempre lo mejor pero lo que era factible. La inminente caída del Muro de Berlín permitió que se complete el texto y sea aprobado por unanimidad en la Asamblea de las Naciones Unidas.

Este es el instrumento jurídico -de derechos humanos- con el mayor número de ratificaciones (únicamente Estados Unidos de Norteamérica no lo ha hecho). Con un contenido tan revolucionario que significó un auténtico “giro copernicano”.

El primer instrumento internacional obligatorio que recuperó la noción de integralidad de los derechos, perdida luego de las primeras grandes declaraciones, logró consolidar la especificidad de los derechos, a partir del reconocimiento de que la infancia y la adolescencia tienen necesidades especiales, pero que son titulares de todos los derechos humanos, además de los específicos de su edad. Se los reconoció como sujetos plenos de derechos, ratificando el rol fundamental que la familia (las diferentes formas de familia) en su cuidado y crianza (y se reconoció la corresponsabilidad del Estado y de la sociedad). Se introdujo la obligación de escucharlos en todos los asuntos que les afectan y que sus opiniones sean tomadas en cuenta en función de la edad y madurez.

Podría seguir enumerando innovaciones, novedades, derechos, pero sabemos que la vida de muchos niños y niñas mejoró, que la situación jurídica ha cambiado; sin embargo, persiste la gran brecha entre lo declarado y la realidad. La acción humana es la que transforma la realidad pero establecer un derecho impone obligaciones que antes solo eran aspiraciones en el mundo jurídico.

Pasa el tiempo y a las viejas amenazas a los derechos se suman nuevas. Algunas vienen de la mano de quienes no entienden la importancia de la especificidad, de las particularidades institucionales y normativas que los derechos de la infancia y la adolescencia imponen, de aquellos que creen que el concepto “ciclo de vida” puede reemplazar la especialidad y que la centralización y estatalización son mejores opciones, y de quienes –en nombre del interés superior del propio niño- quieren empujarnos al pasado.

Buenas razones para festejar; sin embargo, muchas más para preocuparnos.

@farithsimon

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