En este país, donde nos hemos vuelto propensos a la bronca, a jalarnos de los pelos como niños con rabieta, afortunadamente tenemos un elemento menos para causarnos daño entre nosotros. Los líos por la cotización de la moneda nacional, centrales en los ámbitos productivos y sociales de otros países, aquí están ausentes.
En Colombia acaba de haber un paro cafetero a causa del tipo de cambio. Es que mientras en marzo de 2009 un dólar costaba más de 2 500 pesos, ahora cuesta menos de 1 800 pesos, lo que significa que los bienes importados son 30% más baratos, pero también que los exportadores reciben 30% menos por cada dólar que facturan. Por eso, a pesar de los grandes subsidios que el Gobierno les otorga, algunos cafeteros armaron un escándalo para que haya una devaluación.
En el Brasil, en cambio, cuando el tipo de cambio llegó a 1,55 reales por dólar en julio de 2011 -después de haber estado en más de 2,40 en diciembre de 2008-, las autoridades monetarias intervinieron en el mercado cambiario para favorecer a los exportadores. El problema es que ahora que el Gobierno está haciendo esfuerzos para atraer más inversión extranjera -que dé un aventón a la construcción de las obras para el Mundial de Fútbol y los Juegos Olímpicos-, los inversionistas andan reticentes. Saben que las autoridades están dispuestas a devaluar el real, lo que se traduciría en un recorte de sus utilidades en dólares.
Europa tampoco se salva de los conflictos por la cotización de su moneda. Los países que están en crisis abogan por una depreciación del euro, mientras el resto prefiere mantener una inflación baja y estable, por lo que se opone a la medida. El resultado ha sido una propagación de resentimientos entre los miembros de la Unión Europea, a pesar de los significativos préstamos que los países en buen estado han otorgado a los que están en problemas.
Administrar una moneda es conflictivo. Si no se interviene, como en Colombia, los exportadores se molestan. Si se interviene, como en el Brasil, los inversionistas se desaniman. Y si se depreciara para aumentar la competitividad temporalmente, como quieren algunos países europeos, se sacrificaría la estabilidad de precios.
Pero que algo sea conflictivo no significa que sea indeseable. Si así fuera, nadie trabajaría, ni se casaría ni se fuera de viaje. El problema es no tener los mecanismos apropiados para enfrentar los dilemas consustanciales a la administración de una moneda.
Eso ocurre en Venezuela y en la Argentina, donde la inflación es sumamente alta y hay severas restricciones a la compra de moneda extranjera, que le hacen quedar como benévolo a nuestro impuesto a la salida de divisas. Eso ocurre en los países con los gobiernos aficionados a obtener dinero fácil y a controlar en exceso la economía. Así que por lo menos de esta bronca y de estos males nos salvamos.