Las urnas son el mejor camino para hundir a un país en el desastre, pero también el mejor camino para sacarlo de éste. El dramático resultado del referéndum británico para dejar de pertenecer a la Unión Europea –Brexit- es el mejor ejemplo de lo primero. Y ya no cabe duda de que sin importar las advertencias de los expertos, los centros académicos o los políticos responsables, más pudieron los prejuicios, el racismo a la inmigración no blanca y los demás esqueletos que muchos ingleses (no quiero decir todos los miembros del Reino Unido) tenían dentro. Bastó un par de años del triunfo de Nigel Farage del Partido Independentista del Reino Unido y de los arrebatos supremacistas del ex alcalde Boris Johnson para convencer a más de la mitad del electorado en Inglaterra de salir de la Unión Europea.
Es verdad que la UE no es un dechado de virtudes. Es un organismo pesado, burocrático pero que es así porque tiene o tenía que representar el sentir de 28 países miembros, cada uno con muchas preocupaciones respecto a su futuro. Pero claramente las ventajas de la Unión superan ampliamente los costos de la misma. No es casual que el 62% de Escocia, el 56% de Irlanda del Norte y el 95% de Gibraltar escogieron quedarse en la Unió Europea. Son regiones que han recibido importantes recursos de la UE de su fondo europeo de desarrollo regional y cuyas conexiones con el mercado europeo son vitales para su crecimiento económico. Inglaterra y Gales –por su parte- reaccionaron en contra del problema equivocado. La migración que ya llegó proviene mayormente de sus ex colonias y de su tratamiento económico y político a esta migración. La UE poco o nada tiene que ver con todo eso. Lástima!
Le tomará varios años al Reino Unido poner su casa en orden.
Pero quisiera reflexionar sobre el lado positivo del uso plebiscitario de las urnas. La Corte Constitucional de Colombia decide este 6 de julio si los acuerdo de paz de La Habana -por los que terminarían más de 40 años de guerra con las FARC- debe ser refrendado por un plebiscito. Esta sería la mejor manera de terminar con la batalla campal que los conservadores y uribistas han dado contra el proceso de paz. Es el mandato definitivo para que el poder ejecutivo y el poder legislativo hagan efectivo los acuerdos de paz, reformando las leyes y poniendo en marcha los programas de inserción que sean necesarios. Tal vez el más importante de estos cambios es garantizar que los campesinos desplazados por la violencia vuelvan a tengan acceso a su propia tierra. Nadie ha sufrido más que ellos; quedaron en la mitad de esa lucha siniestra de poder entre terratenientes, guerrilla, paramilitares y ejército. Este es el comienzo del proceso de paz; pero la ratificación de éste en las urnas podrá hacer que ese capítulo amargo de la historia colombiana pase a ser sólo un mal recuerdo.