No cabe duda que Brasil es un país singular en el contexto iberoamericano, con una trayectoria histórica de agudos contrastes y una dinámica contemporánea excepcional, que le ha permitido situarse como la octava economía del mundo y uno de los actores políticos de mayor relieve en el escenario internacional.
El Imperio instaurado en 1808 en Río de Janeiro por el Rey de Portugal, al ponerse a salvo de la invasión napoleónica a la Península Ibérica, se prolongó hasta 1889, fecha de proclamación de la República. La sociedad brasileña de esa época, en expresión de Gilberto Freyre, era una sociedad de “mestres e escravos” (la liberación de los esclavos se dio en 1888). Las primeras décadas del siglo XX trajeron profundos cambios. Las oligarquías republicanas procedentes de Sao Paulo y Minas Gerais se alternaban en el poder, configurando un fenómeno político que el gracejo popular denominaba “café con leche”, por los productos característicos de esos estados. La política de los “gobernadores” marcaba su impronta en los espacios rurales, donde un “coronel” era dueño y señor, con su respectiva clientela electoral.
La revolución de octubre de 1930, en favor de Getulio Vargas, oriundo de Río Grande del Sur, puso fin a la primera República, que había funcionado con estabilidad institucional. La dictadura de Vargas duró hasta 1945 y puso fin a la alternabilidad de Sao Paulo y Minas Gerais en el poder. Getulio Vargas fue la figura dominante en el escenario de su tiempo y con apoyo militar instauró en 1937 el Estado Nuevo, de signo corporativista. En ese período progresista comenzó a tomar impulso la modernización industrial. Tras dos presidentes interinos, le sucedió Juscelino Kubitschek (1956), fundador de Brasilia, eje geopolítico de integración de las regiones interiores, que estaba volcado hacia el litoral atlántico.
En las últimas décadas emergieron dos figuras descollantes: Fernando Henrique Cardozo y Luis Inacio Lula da Silva. El autor del modelo de desarrollo que ostenta Brasil lo implantó el presidente Cardozo, intelectual de amplio prestigio; Lula, el obrero sagaz que llegó a las cumbres del poder, tuvo la sabiduría de continuarlo y fortalecerlo. Lula devino ícono del imaginario popular brasileño y figura estelar en el elenco de estadistas connotados. Concluye su gestión con 87% de aprobación y deja un país boyante y próspero, todavía con tareas pendientes.
Lula entregó el mando a su más destacada colaboradora, Dilma Rousseff, la primera presidenta en la historia del Brasil. Mujer de firmes convicciones de izquierda, fue apresada y torturada por la dictadura, que como las demás de su género ensombreció el horizonte institucional durante 17 años. Sus primeras declaraciones consignan su compromiso por un futuro mejor para su pueblo.