Borrar la República

Aprobar e implementar la reelección indefinida del presidente equivaldría a borrar la República, básicamente porque la reelección perpetua de un cargo público se opone a su naturaleza (a la naturaleza de la República, por supuesto). Y también, de paso, porque se contrapone a la esencia de un cargo público de elección popular, que exige posibilidades de variedad.

Es que la República demanda que haya una posibilidad verdadera y viable de alternabilidad en el poder. Con lo anterior en mente, que el mismo jefe del Estado sea al mismo tiempo candidato eterno e incontestable podría impedir, en la práctica, que haya esa alternabilidad. En otras palabras, que el propio presidente (abstengámonos de los nombres, pensemos en las situaciones) sea al mismo tiempo candidato presidencial todos los días y en todas las elecciones, se contrapone a que haya rotación y pluralidad en el poder. No nos olvidemos, además, de que en Ecuador el régimen presidencial ya está fortalecido a partir de la Constitución de 2008: entre otras armas constitucionales, el presidente de la República podría disolver la Asamblea Nacional, por ejemplo, por "grave crisis política y conmoción interna" (que podría instrumentar a través de un simple decreto) y no dejemos de tener en cuenta que la Asamblea Nacional deberá obtener un "dictamen de admisibilidad" de la Corte Constitucional para proceder al enjuiciamiento político del presidente. En la práctica política, entonces, la Asamblea Nacional, que en teoría encarna la soberanía popular, la representatividad, la proporcionalidad y la diversidad, le tendría que pedir permiso a una tercera institución (la Corte) para servir de contrapoder, es decir para cumplir con sus obligaciones constitucionales.

Tampoco hay que perder de vista que en los regímenes presidenciales el presidente no tiene contendores: es el centro de gravedad del sistema político. Esto a diferencia del régimen parlamentario, en el que el primer ministro o el presidente del gobierno deben rendir cuentas diarias al parlamento y debatir con la oposición, que forma un "gobierno en la sombra." Mientras el régimen presidencial es el gobierno de uno solo, el régimen parlamentario es el gobierno de los muchos, que se limitan y controlan entre sí.

Por fin, con la reelección indefinida se podría caer en la tentación de que la República se convierta en una democracia plebiscitaria y aclamativa, es decir en un sistema político en el que las decisiones de Estado se tomen para mantener contenta a la gente a como dé lugar, para arrancar aplausos y forzar votos y adhesiones, en vez de que las decisiones sean de Estado y de largo plazo. Y ahora sí por fin, la reelección indefinida sería una mancha más al tigre de nuestra historia de caudillos, caciques y jefes enviados por los cielos para refundar el país cada cuatro años. Algo me dice que esta historia continuará.

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