Pensar que toda afirmación sobre el fracaso de los procesos revolucionarios del siglo XX y de sus prolongaciones actuales implica necesariamente una ubicación en la derecha es cometer una grave equivocación. En rigor, tales afirmaciones constituyen apenas la mitad de un diagnóstico más amplio, puesto que deben ser forzosamente equilibradas con otra y más grave afirmación: la que se refiere al fracaso del sistema capitalista como la opción asumida por la modernidad para alcanzar la abundancia, la liberación del tiempo para el perfeccionamiento humano y la conquista de la paz en la tierra.
Tales objetivos, que en conjunto representan la promesa del capitalismo a la humanidad, no solo que no se han cumplido, sino que han desembocado en resultados exactamente contrapuestos. El reino de la abundancia sigue siendo una utopía, excepto para una ínfima minoría privilegiada que puede permitirse todos los lujos y caprichos, mientras la mayor parte de la población, y sobre todo la que habita en lo que un día se llamó “el tercer mundo”, padece la mayor de las miserias. Basta poner atención en las noticias que nos llegan desde África o el Oriente Medio para tener una pálida idea del drama que están viviendo centenares de miles de seres humanos que han perdido absolutamente todo, hasta su más remota posibilidad de sobrevivir al hambre, a la destrucción y la violencia. Nadie ha liberado su tiempo gracias a la mecanización del trabajo productivo, sino que enormes multitudes han aniquilado sus posibilidades de comunicación real en beneficio de las comunicaciones virtuales. Las noticias de la guerra, que no han cesado ni un solo día desde 1945, se han hecho tan cotidianas que miles de personas han dejado ya de prestarles atención. Hay transformaciones “educativas” que buscan la excelencia en ramas técnicas, dejando completamente en el olvido la formación humanística de la que se espera el cultivo de los valores. Ante el dilema de acumular o disfrutar, la mayor parte de los seres humanos se pronuncia abiertamente por la acumulación, y se somete a formas de “disfrute” previamente programado y dosificado. Las encuestas reemplazan el viejo y olvidado ejercicio de pensar. Y para completar, asistimos a la destrucción de nuestro propio hábitat: emanaciones de CO2, acumulación de basura electrónica y bélica, plásticos que no se desintegran, contaminación de ríos y mares, fuentes de agua cegadas, bosques transformados en desiertos. En suma: la deshumanización boyante y la destrucción de la naturaleza. ¿Puede decirse que asistimos al triunfo del capitalismo?
Evidentemente, estamos viviendo una crisis civilizatoria cuyo desafío implícito se orienta a saber si es posible una modernidad no capitalista, o si definitivamente nos encaminamos a nuestra autodestrucción. A comienzos del siglo XX, Rosa Luxemburgo sentenció: o revolución o barbarie. Hoy sabemos que las opciones se han reducido: barbarie, destrucción… o invención de un nuevo mundo desde el borde del abismo.