Blasones de Quito

Empinada en los Andes, sobre la Línea Equinoccial, Quito debe a su historia la nobilísima vocación de Fe, Libertad y Cultura, propia de su identidad, cada vez más colmada de enaltecedores y perdurables blasones. En este 2011, por ejemplo, Quito ha sido proclamada Capital Latinoamericana de Cultura, título que apareja nuevas obligaciones para gobernantes y gobernados. Desde su poblamiento inicial comienza para Quito el inventario de sus blasones, cuando los primeros cazadores nómadas, en las gélidas noches glaciares, arribaron a estas breñas buscando un sol más benigno y directo -Quito, ‘tierra del sol recto’-, y se afincaron aquí para siempre. Ciudad solar por excelencia, los ‘hijos del sol’, los incas, pugnaron por dominarla y la consideraron ‘ciudad santa’.

Los españoles la fundaron como ‘villa’, proceso que culminó en diciembre 6 de 1534, pero el 14 de marzo de 1541, mediante cédula real suscrita en Talavera, el Emperador Carlos V la proclamó ‘ciudad’. En 1542, al descubrir Orellana el Río Mar, en expedición que partió de Quito, añadió la condición de amazónica a sus calidades de ecuatorial, andina y pacífica. El 8 de enero de 1545, a petición del mismo emperador don Carlos, el Papa Paulo III la erigió en Obispado. El 14 de febrero de 1556, le otorgó el ‘estandarte real’ que aún se usa, y mediante otra cédula, firmada en Valladolid, le tituló ‘Muy noble y muy leal ciudad de San Francisco del Quito’. En 1563 se erigió la Real Audiencia y Presidencia de Quito con jurisdicción sobre toda la cuenca del Amazonas. La famosa Escuela quiteña de pintura, escultura y arquitectura gana para Quito el calificativo de ‘Capital mundial del barroco’. Pocos, sus visitantes, al comienzo, pero ahora, iniciado ya el siglo XXI, algo más de un millón son los turistas que vienen al año, para admirar nuestras iglesias y monasterios y proseguir el apasionado debate sobre cuál templo es el mejor: San Francisco o La Compañía. El 10 de agosto de 1809 la Revolución de Quito abrió el gran friso épico de la Independencia americana. Fray Camilo Henríquez, religioso de la Buena Muerte y testigo de aquellos hechos, propuso y obtuvo que el naciente congreso de Chile, su patria, proclamase a Quito “Luz de América”, tal vez el mayor de sus blasones. Reunida en Riobamba, en 1830, la primera Asamblea que instauró el nuevo Estado y le dio su primera carta constitucional, proclamó que “para siempre, Quito es la capital de la República del Ecuador”. El Libertador Bolívar inició gestiones para lograr que el Obispado de Quito sea elevado a arquidiócesis. El Presidente Rocafuerte lo consiguió. Y fue necesario el transcurso de más de siglo y medio para que Quito sea elevada a “sede arquidiocesana primada del Ecuador”. El mayor de sus numerosos títulos es, sin embargo, el que le otorgó la UNESCO al declarar a Quito, “Patrimonio Cultural de la Humanidad”, tras largo proceso en el que participaron 67 ciudades. A ese título viene a añadirse ahora el de “Capital Latinoamericana de la Cultura”.

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