Toda investigación científica que se realice en cualquier campo de la realidad nacional tiene un mérito indiscutible. En el de la Medicina, tales investigaciones si son sistemáticas, científicas, bien pueden significar aportaciones al conocimiento y, como consecuencia contribuciones valiosas en la formación del médico que el país necesita que no sea otro que el que se haya enterado de la biomedicina y de las biopatología ecuatorianas. De ahí el mejor ejercicio de la medicina que se practica viene de suyo.
Tales investigaciones van configurando el perfil epidemiológico que nos caracteriza, de tanta mayor importancia en un país como el nuestro, andino y tropical. Son las patologías prevalentes las que cubren espacios más amplios en los estudios de Medicina, en las prioridades en cuanto a políticas de salud pública, en el arsenal terapéutico, en el equipamiento de los laboratorios, en la formación de los especialistas que se requieren.
A nivel latinoamericano una de las grandes preocupaciones y desafíos ha sido la enseñanza de la Medicina Interna. En una memorable reunión convocada por la OPS/OMS se convino en que lo mejor era contar con textos consagrados como el Cecil o el Harrison. A los profesores de nuestros países les correspondía elaborar notas al canto en los que constaran descripciones más amplias de las patologías que eran más frecuentes en nuestras latitudes. Los coautores de aquellos textos eran extranjeros que desconocían nuestros perfiles epidemiológicos y tan solo de pasada, en un párrafo, se referían a lo que más podía interesarnos a nosotros. En este sentido el papel que le correspondió en su momento al Instituto Nacional de Higiene y Medicina Tropical Izquieta Pérez es histórico.
Que hemos progresado en cuanto a que hemos ampliado las fronteras de nuestros conocimientos sobre biomedicina y biopatología nacionales, no hay la menor duda. Cada vez son más numerosas las publicaciones que dan cuenta de diagnósticos y tratamientos de patologías prevalentes en los centros médicos del país. Ello no obstante el campo es muy amplio y debería estimularse con becas de investigación (grants) tal ejercicio, eminentemente científico, en los grandes hospitales como el Eugenio Espejo de Quito o el Guayaquil del Puerto Principal.
En cuanto al Carlos Andrade Marín (CAM), resulta un buen ejemplo. Ponderé el trabajo realizado por el neurocirujano Egas Varea, quien dio cuenta de los centenares de casos de intervenciones en tumores de la hipófisis. Se halla en mis manos la obra “Cáncer gástrico. Factores de riesgo y protección” (2014), editado por los Drs. Iván Salvador, Marco Fornasini y Fabián Corral. Decenas de autores y coautores, continuadores de un tema que mereció el interés del Dr. Marcelo Touma, ya fallecido, director que fue del Servicio de Gastroenterología del CAM.