El jueves último pasado en la Academia Ecuatoriana de Medicina (AEM) tuvo lugar la inauguración de su Biblioteca. Un paso de madurez a todas luces si, como se ha decidido, en ella se hallará la producción en ciencias y en humanidades de los médicos ecuatorianos que llegaron a ser Académicos de Número o Correspondientes.
La AEM, fundada en 1958, desde hace pocos años cuenta para su funcionamiento con todo el piso alto de uno de los pabellones del que fue Hospital Eugenio Espejo. Al histórico edificio se le acondicionó con criterios acertados para que allí tuvieran espacios dignos y funcionales instituciones tales como la Biblioteca de la Facultad de Medicina de la Universidad Central, el Museo Nacional de Historia de la Medicina, un Centro de Convenciones, etc. Obra bien realizada la que produjo la suma de voluntades entre el Municipio de Quito y el Ministerio de Salud Pública.
No es ninguna novedad el que las Academias de Medicina cuenten con magníficas bibliotecas como las de Argentina, España y Colombia. En el caso de la Academia ecuatoriana lo que se decidió fue lo más apropiado en el entendimiento que en la práctica se complementaban la AEM y la Biblioteca de Medicina de la Universidad Central ubicada en el piso bajo del mismo pabellón. Sí: apropiada y acertada la decisión de la AEM. Como se señaló, en el acervo de su biblioteca constará tanto la producción científica como la humanística de los académicos ecuatorianos, desde cuando fue fundada en adelante .
Por razones en alguna medida explicables, son los médicos quienes ejercen su profesión a tiempo que, acortando horas de su descanso, también se dedican a escribir. Historiadores, ensayistas, articulistas de opinión, entre los médicos. En nuestro país, un antecedente ilustre: el Dr. Eugenio Espejo. En nuestros días, las figuras ejemplares de Plutarco Naranjo y Eduardo Estrella. En el mundo entero, España por caso: Ramón y Cajal y Gregorio Marañón; en Cuba, el ecuatoriano-cubano, Manuel Monteros Valdivieso. Y así.
Desde cuando el Dr. Reinaldo Páez, meritísimo presidente de la AEM, con esa calidez que le es propia, anunció a sus colegas la decisión de crear tal biblioteca, son centenares de publicaciones -libros, folletos, artículos en revistas, memorias en congresos, publicadas en el país y en el exterior-, con las que ya se contó a tiempo de la inauguración.
Nada comparable a lo que queda escrito cuando de mantener la memoria se trata. Una forma, he insistido, de neutralizar la finitud de la vida. Cuando luego de 25, 50 o 100 años un historiador de Medicina se ponga a estudiar el papel que le ha correspondido a la AEM, serán los contenidos de las publicaciones de sus miembros los que merezcan la atención y análisis. Es la memoria de la AEM la que se ha iniciado con la inauguración de su Biblioteca.