Cuando la bestia siente miedo, ataca. Acorralada, es un animal mortal como cualquier otro. Siente debilidad, se desconcierta y ya no causa miedo.
Perdió su poder. El mundo, perdió, desde su punto de vista, el equilibrio. El poder, se le fue de las manos y no termina de entender la realidad que le rodea. La fuerza de saberse especial, ese sabor de boca millonario se ha vuelto salado en exceso. Le rodean cuatro paredes. Allá, lejos donde su voz ya no sobrepasa la ley, retumba ensordecedora, contra los muros. Se fue para volver como héroe y, si se aplica la justicia, retornará encadenado. Su década se ve como lo que fue y, aún no se viven las consecuencias de su irresponsabilidad. En su soledad, se habla a sí mismo y, desesperado, cuando llaman las cámaras, su voz se afloja demás, sin duda. Las palabras brotan descontroladas y no sabe qué mismo dice. No hay orden en sus pensamientos. Quizá la memoria de su propia publicidad-propaganda lo secuestran. Habla de la era dorada, sobre la cual alucinó una década entera. La justicia era para todas y todos, los de un color especial, para algunos no era más que la pura injusticia. La libertad de expresión era para todos, a excepción de la llamada prensa corrupta.
Su visión única, la inflada, la de la vanidad, la de él y otros cuantos que de a poco, se le voltean.
Hablan, sus bocas como las de los robots, autómatas que no pueden sino, hablar transparente. Y, todavía, no sabemos cómo desenrollar el ovillo.
Fuera de su jaula, enmarcado, se proyecta, sus únicas salidas, a excepción de aquellas por las que se sacrifica saltando de país en país, cuando para su país, con el que por ley debe cumplir, sólo existe el deber paternal y marital. El marco de la televisión, encuadra la imagen. Sus ojos hinchados, la sonrisa entre surcos. Desencajado, su voz estalla entre farsantes risillas, que burlan, deshonran al pueblo, el mismo que confió en él. Dice de todo un poco, mira de un lado para otro. Desmemoriado, alejado de la realidad que envuelve a Ecuador. Mientras, en Ecuador todos tratamos de librarnos de la alucinación.
Fácil olvidar lo que no se quiere recordar. Negar lo que no se puede aceptar. Cómodamente enceguecer, ensordecer, enmudecer. Sus propias palabras lo apresan, escritas aquí y allá, habladas entre luces, frente a periodistas que lo rodean. El conocido y reconocido persecutor se siente perseguido. El atacante se siente atacado. Sin embargo, el pueblo está en plena vivencia de lo que heredó su década.
La justicia comienza a ser justa. Se empieza a practicar sin politización y con total independencia entre los poderes. Insiste en la frase recién aprendida: la justicia está politizada. Qué triste final, cuando, finalmente, se puede citar que, la justicia es de todos y para todos. Ruge la bestia, nadie lo escucha, berrea la bestia, nadie lo escucha, manotea la bestia, nadie lo atiende. Hoy, en su encierro, la justicia lo busca, lo quiere escuchar, lo quiere ver, pero la bestia, en su fantasía, la justa justicia está politizada.