Europa está cerca del colapso. Por un lado, es difícil prever cuánto tiempo más aguantará el electorado de países como Grecia -que tiene una tasa de desempleo del 26% y cuya economía se contraerá alrededor 4% este año- o España -cuyo desempleo para los menores de 25 años llega al 57% y que deberá esperar al menos dos años para tener un crecimiento que le permita reducir la tasa global de desempleo- todos los recortes y ajustes dolorosos requeridos por Bruselas. Sin una posible devaluación que recalibre su economía y absorba las diferencias con sus vecinos, no se ve en el horizonte el fin de la crisis y el ansiado crecimiento.
Por otro lado, no se sabe cuánto tiempo aceptarán los contribuyentes de los países fuertes económicamente los rescates que salen de su bolsillo para impedir que los otros se hundan. Los desembolsos han hecho estragos en el presupuesto francés, quien a su vez se ha tenido que apretar los cinturones, presión que a su vez ha sido la causa de una vuelta al crecimiento negativo para los galos.
La Unión Europea, que en conjunto es la primera potencia económica, está en recesión. Pero todos estábamos tranquilos mientras exista China, que con su enorme tamaño y su enorme crecimiento, era la gran locomotora con el que contaba la economía mundial.
Se trataba de un motor, made in China, pero infalible, porque cada vez que la economía daba señales de crecer menos del 8%, el Gobierno intervenía con un estímulo monetario que empujaba la demanda interna y sostenía el crecimiento.
Los mercados se acostumbraron a esta política, que se la conoce como el “Beijing put”. El crecimiento estaba asegurado; y esta certeza es algo parecida a la protección que sintieron los inversionistas cuando sabían que si los precios de las acciones en los mercados caían, Alan Greenspan -el expresidente de la Reserva Federal americana- utilizaría la política monetaria para proteger esos precios. Ese sentimiento de protección, de tener el derecho de vender un activo a un precio mayor del actual, lo que se logra con el producto financiero de la opción de venta -“put” en inglés- fue lo que llevó a la gente a llamar la política de ese banquero “Greenspan put”. Política que cuando la repitió su sucesor dio lugar al “Bernanke put”.
Pues bien, ni las acciones pueden mantenerse indefinidamente arriba, ni un país crecer a ritmo de dos cifras eternamente. Ahora el crecimiento chino se desacelera notablemente, por el momento se cree que será por debajo del 7,5%, algunos temen el 6%, y los poderes públicos parecen haber aceptado la entrada de la economía china en una nueva era de crecimiento menos estrepitoso. Parece ser el fin del “Beijing put”, y en el resto del mundo se tiembla con el pensamiento de un futuro sin la súper locomotora.