Bauman, Davos y globalización

Columnista invitado

Por fortuna, la muerte de Zygmunt Bauman no pasó desapercibida. En un mundo donde la banalidad se sobrepone a la razón –como él mismo analizó–, es importante que el deceso de un filósofo sea noticia de primera plana. Y, en muchos casos, más que los acontecimientos del deporte o la farándula.

No tenemos más alternativa que creer en el alineamiento astral para explicar que su partida se haya producido días antes de la instalación del foro de Davos. Porque si a algo dedicó Bauman sus últimos años fue a advertir de las consecuencias de lo que hoy pretenden corregir los líderes mundiales reunidos en Suiza: el desquiciamiento del sistema capitalista.

En efecto, uno de los principales aportes del pensador polaco fue asociar la globalización con un proceso irreversible de descontrol de aquellos factores que dieron estructura a la modernidad: economía, política, trabajo, relaciones personales.
“En su significado más profundo –dice–, la idea expresa el carácter indeterminado, ingobernable y autopropulsado de los asuntos mundiales”. La globalización es el nuevo desorden mundial.

Al contrario de los que muchos especulan a propósito de una supuesta cofradía de elegidos que tendrían las riendas del mundo, la globalización se parece cada vez más a un engendro sobre el que ni siquiera sus creadores tienen control. Es el monstruo desatado del doctor Frankenstein.

Precisamente la incertidumbre general que hoy se quiere disipar en Davos es la que Bauman consideró como componente inherente a la posmodernidad.

No solo la economía está atravesada por lógicas especulativas que impiden tener una certeza sobre el futuro próximo; la política también experimenta un vértigo cuyos resultados son impredecibles. La irrupción en el contexto global de un personaje como Donald Trump, la proliferación mundial del populismo, la incontenible ola migratoria hacia Europa o las últimas advertencias catastrofistas de China no tienen explicaciones ni respuestas coherentes, consistentes ni claras. Cualquier cosa puede suceder.

Pero Bauman también alertó sobre consecuencias aún más aterradoras para la humanidad. Por ejemplo, la descomposición de los afectos y, por consiguiente, la imposibilidad de las sociedades humanas para enfrentar la crisis de la globalización. ¿Cómo responder a la inseguridad, al desempleo, a la guerra o al deterioro ambiental en medio de una creciente desconfianza entre congéneres, en medio de una despiadada disputa individual por recursos cada vez más escasos?

La destrucción del entramado que daba fortaleza a los viejos tejidos sociales ha sido una de las estrategias preferidas de la globalización. Hoy, los mismos que la propiciaron están asustados frente a una sociedad angustiada, incrédula y desesperanzada que amenaza con desbocarse.

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