Una posición geográfica media entre dos continentes, dos gigantes económicos y abundancia de recursos naturales, Ucrania no podría tener mayor interés estratégico. No es reciente la batalla de la Unión Europea y Rusia por este país, pero en las semanas pasadas el conflicto ha llegado a su clímax.
El 1 de diciembre, alrededor de 350 000 ciudadanos salieron a las calles de Kiev para protestar contra el desistimiento del presidente Ianoukovitch de concluir un pacto arancelario con la Unión Europea. La versión oficial ucraniana imputa el fracaso a la condición de la UE de transferir la exprimer ministra Iulia Timochenko, en prisión por una pena de abuso de poder (que ella denunció fue dada por una venganza política, y varios organismos internacionales señalando la ruptura del estado de derecho en su caso), a Alemania por motivos de salud. Extraoficialmente, el mundo reconoce otra vuelta de tuerca de la política del presidente Ianoukovitch de alejar a Ucrania de la UE y acercarle a Rusia.
El lugar de la ocupación es la Plaza de la Independencia de Kiev, Maidan Nezalezhnosti, lugar de la famosa Revolución Naranja del 2004. En ese año los ucranianos denunciaron un fraude electoral en contra del candidato prooccidental Yushchenko, a favor de Yanukovich. Cabe subrayar que Yushchenko fue envenenado con dioxina, deformando su cara permanentemente. Nunca se supo quién estuvo detrás del crimen, aunque se sospechó de agentes secretos rusos o pro-rusos de los servicios ucranianos. Tras varias semanas de protestas se consiguió repetir el sufragio y el prooccidental salió vencedor.
Desde entonces aquella plaza fue rebautizada como Euromaidan. A pesar del tremendo frió, a pesar de los violentas embestidas policiales con el objeto de “despejar el lugar para permitir el tráfico” los manifestantes siguen ocupando el lugar.
¿Qué posición asumir como observador extranjero? A pesar que la atribución del Nobel de la Paz del 2012 a la Unión Europea fue un poco exagerada; no se puede desconocer el desarrollo de aquella región en términos de protección de derechos individuales, de tecnología e instituciones democráticas, e incluso de transparencia. El modelo ruso desgraciadamente es bastante diferente (especialmente ahora tras la aprobación de leyes homófobas y restrictivas de la libertad de expresión). Como dice el eurodiputado José Bové en una carta publicada en Le Monde: “No nos engañemos: se trata de una elección entre dos modelos, entre dos sistemas de valores. Se trata de elegir entre volver al redil ruso y la ‘democratura’ autoritaria del presidente Putin o de unirse a pesar de la terrible crisis que la sacude, a una comunidad de derechos y de valores, donde reina el estado de derecho, protegiendo a sus ciudadanos contra el poder arbitrario”.