Que el problema de la basura en Quito continúe es la suma, en mayor o menor grado, de dos factores: uno de convivencia y otro administrativo. Ponderarlos en su magnitud es una tarea urgente, ya que la capital genera
2 000 toneladas diarias de basura.
El primer factor es de urbanidad. Hay usuarios que no sacan los residuos en los horarios asignados. Tampoco dan un trato adecuado a los contenedores, ya que en su basura colocan palos, piedras, artefactos viejos, etc. Eso hace que los camiones tengan problemas y el retraso en las frecuencias y una larga cadena de consecuencias.
El otro factor es la gestión municipal, el aspecto administrativo. En mayo del 2017, se anunció que de 76 recolectores, 17 tenían problemas, lo que hacía que los contenedores estuvieran desbordados en varios barrios. En octubre de ese año se dijo que la flota de recolección de basura estaba al 80% y que la idea era renovar parte de la flota en el primer trimestre del 2018.
Para las fiestas de fin de año las calles de Quito estaban llenas de basura. Fueron siete meses de declaraciones en radio, televisión y prensa diciendo que el problema radicaba únicamente en los ciudadanos. Se solucionó con camionetas que recogían la basura en exceso. Pero los contenedores quedan sucios. Así que desde este fin de semana, se inició un programa para lavarlos.
Además, al aprobarse el presupuesto del Municipio para el 2018, se dispuso que Emaseo sería autosustentable con la tasa de recolección de basura. Sin embargo, el 28 de febrero se anunció que el déficit de Emaseo es de USD 27,8 millones para superar la crisis. Hoy, se sabe que se comprará la flota necesaria a través de la figura de la emergencia.
La solución es dejar de verse al ombligo. Los ciudadanos tienen que hacer conciencia de que sus acciones dejan secuelas. Y el Municipio debe aclarar las acciones que llevaron a que la basura se haya convertido en un paisaje cotidiano que apenas se tapa con medidas paliativas y no con soluciones estructurales.