…Con gran sorpresa tiene ahora un nuevo timonel. Hace solo unos días ya fue conmocionante la renuncia del Papa Benedicto XVI. Y no es que no estaba prevista la posibilidad de que hubiera una abdicación del Sumo Pontífice, que era una eventualidad no registrada desde hace bastantes siglos.
Con humildad y sentido de responsabilidad, reconocidos de manera unánime, Benedicto señaló que “le faltaban fuerzas” para seguir afrontando las obligaciones que le imponía su trascendental ministerio. Luego vinieron las medidas indispensables para sustituir al ‘timonel’, mediante la reunión del ‘cónclave’ del cual acaba de surgir una sorpresa todavía más superlativa, al ser escogidos el hasta entonces arzobispo de Buenos Aires, Jorge Mario Bergoglio, de quien inmediatamente después se han señalado sus más notorias ‘originalidades’. Se trata de personaje ajeno al continente europeo, un latinoamericano y un integrante de la orden de la Compañía de Jesús, por no decir todavía nada, acerca del personalísimo estilo que ha marcado durante las primeras horas de su nuevo desempeño.
Y entonces han venido los testimonios de actuación de admirable sencillez, la proximidad hacia los seres humanos comunes y corrientes, y, claro, el nombre escogido por primera vez, para identificar al Pontífice, o sea Francisco, lo que supone por sí solo un programa de vida y de actuación, que enseguida recuerda al fundamental Francisco de Asís, y a Francisco Xavier el misionero colosal, de la orden jesuítica, en el remoto entonces Extremo Oriente.
Como es obvio, ha comenzado la enumeración de las más urgentes y complejísimas tareas que aguardan al flamante Pontífice. Los problemas y las controversias no faltan pero cuando se hace la referencia a la “nave de San Pedro”, como imagen de la Iglesia Católica, es inevitable reconocer que nunca el Fundador de la Iglesia ofreció que la travesía iba a darse sobre un mar tranquilo y que estaría exenta de peligros, engañosos arrecifes y gravísimas tempestades. Desde el comienzo así ha ocurrido. No solo que el Imperio Romano lanzó persecuciones, sino que aparecieron -más inquietantes todavía- las primeras herejías dentro de la propia iglesia. A la disolución de los poderes de la Antigüedad siguieron las invasiones de los pueblos bárbaros, y no pasó mucho tiempo antes de sufrir la mutilación que suele conocerse como el Cisma de Oriente y el surgimiento de la Iglesia Ortodoxa.
Tampoco la Edad Media fue época de tranquilidad; las fases de su declinación, contemplaron el Cisma de Occidente con dos y hasta tres papas rivales. El tránsito hacia la Edad Moderna fue más conflictivo: las múltiples disidencias protestantes, mientras en el Nuevo Mundo se abría la evangelización. La Ilustración y la Revolución Francesa lanzaron desafíos. Pero la promesa y garantía del Fundador, se mantiene enhiesta; ¡las puertas del averno no prevalecerán ni hundirán la nave!