‘T enemos 165 hoteles, de 10 a 200 dólares por noche. Vivimos lo más normalmente posible, pero siempre con el ojo abierto…”, nos cuenta -desde Baños de Agua Santa- el alcalde José Luis Larrea. La semana que termina fue de gran actividad del vecino, el volcán Mama Tungurahua, cuyo cráter se abre a 5 kilómetros -en línea recta- del centro de la singular población de 20 000 habitantes, más o menos estables.
Ayer terminó la cuasi-emergencia y fue reabierta la piscina de El Salado, que recibe sus aguas bien calentadas por el fuego volcánico tungurahuense. Los clientes de Baños son en parte ecuatorianos pero también extranjeros. “Sobre todo argentinos y chilenos”. dice el Alcalde. Cuando la erupción -iniciada en 1999- resuena con mayor ímpetu, algunos turistas se van, asustados. Pero eso es lo que gusta a otros, los amigos de la aventura. Así es la vida en Baños, el pueblo que vive a los pies de un volcán que no se ha cansado y ruge desde hace una quincena de años. Tal como ya sucedió en otras temporadas.
Hay más de una versión sobre la historia del bello y valiente balneario. Tenemos a la mano una, de Manuel Grubel Rosenthal. Resulta -nos dice en su libro ‘Ecuador, historia de migrantes’- que sus hermanos judíos vivieron la peor de sus migraciones cuando el implacable nazi Hitler aprobó la “solución final” y tuvieron que salir en busca de un refugio que les salvara la vida. Unos 3 000 vinieron a Ecuador -la mayoría con la mira puesta en Estados Unidos-. Los ecuatorianos les recibieron con sorpresa y, en general, con sentido hospitalario.
Inicialmente, los hijos de Sion enfrentaron una obligación legal. “Tienen que dedicarse a la agricultura”, les dijeron y ellos, que no eran amigos de esa actividad, lo hicieron un poco a regañadientes. Algunos fueron a dar en Baños de Agua Santa y sus alrededores y se prendaron de la delicia de sus aguas volcánicas y de su entorno montañoso y desafiante. “El paisaje bucólico maravilló a esos europeos acostumbrados a la alta cultura y al teatro, quienes -luego de extrañar esas actividades- comenzaron a valorar lo que les ofrecía su nuevo país”, cuenta Grubel.
Entre los enamorados de Baños que por allí se instalaron constan Hugo Deller y su esposa, más tarde fundadores del Hotel Colón de Quito, la doctora Chany Makitra, Hugo Mosbach. Ellos permanecieron en el novedoso balneario, incluso después del terremoto de Ambato, que arrasó con Baños y Pelileo, añade.
Dos anécdotas: 1) Otros judíos que llegaron a Quito valoraron, igualmente, unas aguas deliciosas en Alangasí y allí instalaron por muchas décadas sus centros vacacionales. 2) Flota el recuerdo histórico del ‘Profeta’ Velasco Ibarra, quien -en su segunda Presidencia- hizo público su desacuerdo con endosarles la agricultura a los judíos que se quedaron en el Ecuador. “Ellos son comerciantes. Nunca han sido agricultores”, protestó, y les abrió otros senderos.
Mientras tanto, Baños de Agua Santa sigue viviendo su vida, entre los bramidos de la Mama Tungurahua.