Lo sucedido con el lateral del club Barcelona, Dani Alves, a quien un hincha del club Villarreal en un acto reprochable le lanzó un plátano al momento que se acercaba al borde del campo, es una muestra más de ese racismo soterrado que, pese a todo lo que se diga, aún persiste y envenena el alma de muchas personas que se resisten a abandonar prejuicios y viven anidando complejos que no caben sino en mentes reducidas, los cuales, cuando afloran en actos como los que se comenta, no hacen sino poner en evidencia las limitaciones de todo orden que padecen los agresores.
Las expresiones de solidaridad que inmediatamente se produjeron son importantes, pero no tendrán mayor eficacia si la sociedad en su conjunto continúa receptando mensajes agresivos de todo orden, si no se percibe que un juego es solamente eso, una disputa en un campo deportivo y, peor aún, si en ciertos conglomerados el enfrentamiento, el insulto, la descalificación están al orden del día como herramientas para disminuir a los rivales.
El evento de la banana no es sino otra forma de agravio como los que día a día sufren cientos de miles de personas a lo largo y ancho de un planeta tomado, en gran parte, por una suerte de psicosis colectiva.
Pero no hay que perder de vista que el lugar donde se ha producido este hecho es un espacio público y a la vista de cientos de miles de televidentes que luego devinieron en millones. La reacción del club al que supuestamente se pertenecía el agresor ha sido contundente: retirarle la calidad de miembro del club e impedirle, de por vida, el acceso al estadio. Es trascendente en casos como estos, que las propias instituciones deportivas sean las que imponen medidas que disuadan a otros que puedan sentirse tentados a actuar de similar manera.
Es algo que en los escenarios ecuatorianos se debe adoptar. Todos aquellos que generen actos de violencia o que intenten agredir de cualquier manera a rivales, árbitros o autoridades una vez identificados por las cámaras de seguridad, que tienen que ser emplazadas obligatoriamente en los lugares públicos, deben ser impedidos de ingresar al menos al lugar en el que produjeron los desmanes, sean o no hinchas del equipo propietario del local o estadio.
Esto debe implementarse sin perjuicio de las acciones legales que correspondan en cada caso. Es simplemente el ejercicio de un derecho de admisión que impediría que los locales deportivos se conviertan en sitios peligrosos para los ciudadanos. ¿Acaso no hemos lamentado la pérdida de vidas por la acción de gente desaprensiva? Por supuesto que para implementar estas medidas se requiere que la dirigencia deportiva no tenga vínculos o lazos con grupos de fanáticos que, como sucede en otros países, les son útiles para otros fines. Hay que cortar de raíz el problema y no dejarlo crecer. Si no se lo hace podremos ver más adelante cómo hordas vandálicas se imponen en los locales deportivos, alejando de estos lugares a los aficionados que buscan un sano entretenimiento.