Bajas

Como en cualquier conflicto, las conflagraciones producen estragos. En la política sucede igual. Si los que disputan el poder se enfrascan en escaramuzas por alcanzar la simpatía de los votantes, en algún momento pueden infringir daños de consecuencias incalculables. En estos momentos, en la política nacional, quien ha resultado lesionada es la confianza. Los actores económicos miran con recelo cómo se adoptan decisiones empujadas por el fragor político. Se realizan aseveraciones e inculpaciones que retoman discursos que ya no tienen cabida en los tiempos modernos. Con ello, por más que los proyectos atenúen la intención inicial de las palabras, el daño está hecho. Por un lado, retorna la incertidumbre hacia los sectores económicos que sopesarán la incidencia que tendrán los humores oficiales sobre sus decisiones económicas, lo que les llevará a evaluar una y otra vez cualquier decisión, con el efecto nocivo que acarrea contra la inversión y el empleo; y, por otro, se mantiene en el ambiente en general una impresión de no saber a qué atenerse, por lo que es imposible pensar en el mediano y largo plazo, acentuándose la sensación de obtener réditos aquí y ahora, arrastrando a todos a un entorno dominado por la especulación.

De esa forma resulta imposible luchar contra las lacras reales que nos dominan. La pobreza y la desigualdad no se las supera con dádivas a las que se les suma unos pocos dólares. Se las vencerá con políticas definidas que privilegien el fomento de nuevas plazas de trabajo, que atraigan inversión, que permitan que el Estado obtenga recursos permanentes para atender sus tareas fundamentales, en base a las recaudaciones provenientes de un sector productivo boyante al que no se lo hostigue a pretexto de que sus ganancias supuestamente son elevadas.

La disputa política no puede estropear un objetivo final en el que deberíamos coincidir todos. La inclusión social de las grandes mayorías es una tarea pendiente a la que hay que darle viabilidad. Aquello no se logra con ataques o descalificaciones sino con trabajo arduo y permanente de todos los sectores involucrados, actuando al unísono por un fin común. Si gastamos el tiempo en enfrentamientos que solo tienen por objeto el interés de unos por hacerse del poder o mantenerlo, en última instancia los que resultan perdiendo son los menos favorecidos, precisamente a aquellos a los que se dice querer ayudar.

La visión es frustrante. Décadas perdidas en confrontaciones inocuas, resentimientos que fracturan el tejido social y resultados paupérrimos para los más desposeídos, que no alcancen a entender por qué las oportunidades no les llegan, sumándose en la desesperanza. Si esto se abona con peleas carentes de sentido, el futuro no luce nada alentador. Es más, con decisiones como las adoptadas el deterioro se agudiza, conspirando con los anhelos y esperanzas legítimas que animan a la gran mayoría de ecuatorianos.

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