Michelle Bachelet quiere reducir la desigualdad. La obsesiona el coeficiente Gini. Su afán nivelador podría acabar desplumando a la gallina de los huevos de oro.
Corrado Gini dividió la sociedad en quintiles y midió los niveles de ingresos que percibía cada 20 por ciento. En su fórmula, 0 correspondía a una sociedad donde todos recibían igual renta, y 100 donde una persona acaparaba todos los ingresos.
Es decir, las sociedades más justas se acercaban al 0, y las más injustas, al 100.
Todo es contradictorio. Chile, según el Banco Mundial, muestra 52.1 de desigualdad, mientras Etiopía, India y Mali rondan el 33. Difícilmente estos países son más justos que Chile.
Asimismo, las naciones escandinavas, las mejor valoradas mundialmente, oscilan entre un 20 y 30, mientras Kenya exhibe un honroso 29 que sólo demuestra que la poca riqueza producida está menos mal repartida.
Lástima que, pese a su experiencia, la Presidenta Michelle Bachelet no advierta que Chile se puso a la cabeza de Latinoamérica creando riqueza y no repartiéndola.
Con la fórmula liberal redujo su pobreza desde 45 por ciento al 13 por ciento.
Cuando la señora Bachelet examina las sociedades escandinavas observa un alto nivel de riqueza e igualdad junto a una tasa impositiva cercana al 50 por ciento del Producto Interno Brut o (PIB ) y supone que esos datos se encadenan. Incurre en un non sequitur.
Esa riqueza, como en cualquier sociedad, se debe a la laboriosidad y creatividad de todos los trabajadores, no a la carga fiscal. Sucede a la inversa: el alto gasto público es posible porque la sociedad segrega una gran cantidad de excedente.
Si la presidenta Bachelet desea reducir la pobreza chilena y construir una sociedad más equitativa, no debe generar una atmósfera de lucha de clases y obstaculizar la labor empresarial, sino facilitarla.
¿Cómo? Propiciando una mejor calidad del aparato productivo; atrayendo inversiones nacionales y extranjeras con un clima económico y legal hospitalario; agilizando los trámites burocráticos y la solución de los conflictos; facilitando la entrada al mercado de los emprendedores; estimulando la investigación; multiplicando el capital humano y cultivando la estabilidad institucional, transparencia y honradez administrativa.
Ciertamente ese tipo de Gobierno no gana titulares ni aplausos de la devastadora izquierda revolucionaria, pero multiplica la riqueza, disminuye la pobreza y aumenta el porcentaje de la renta que recibe la clase trabajadora.
¿Para qué imitar a Venezuela cuando puede emularse a Suiza? Casi nadie sabe quién es el Presidente de Suiza, pero hacia ese país se abalanza el dinero cada vez que hay una crisis.
Por algo será.