Gran parte del carisma de Michelle Bachelet radica en su impronta bonachona y maternal. En la calle, los chilenos se refieren a ella como la mamá o la tía generosa. Como Presidenta fue cercana a la gente aunque en contrapartida pecó de indecisa, dependiente de asesores y poco frontal. Ahora, cuando se acerca a su segundo mandato y hay expectativas de cambios importantes, sus características personales ponen nervioso a más de uno.
El arco político que apoya a la candidata es de lo más diverso. Desde el comunismo hasta la democracia cristiana conservadora, desde el movimiento social que demanda cambiar todo, hasta un empresariado que pide mesura y más mesura. Para los primeros, en Chile casi todo está mal, para los otros no hay más opción que seguir por la senda liberal y aperturista. La presidenta estará en medio de fuego cruzado y altas tensiones.
¿Bachelet será una auténtica líder y sabrá conducir el barco por aguas borrascosas? ¿Podrá acercar posiciones tan diversas? Cómo no recordar a Bachelet sentada en una oficina de emergencias sin saber qué hacer ni qué órdenes que dar cuando el país sufría el terremoto de febrero de 2010. Cómo no recordarla declarando que no habría un tsunami cuando se acercaba uno que mataría a cientos de personas. Cómo olvidar que fue incapaz de responder a movilizaciones estudiantiles y al desastroso inicio de un nuevo sistema de transporte urbano de Santiago. Cómo olvidar que sus ministros, especialmente el de Hacienda, parecían tener más poder que ella.
El domingo 15, la expresidenta se enfrentará en segunda vuelta electoral a Evelyn Mathei, quien compite desde la derecha y está en franca desventaja. Si no pasa nada extraordinario, Bachelet repetirá como mandataria sucediendo al centroderechista Sebastián Piñera.
Gracias a los acuerdos políticos y a un libreto de apertura económica, libertades y racionalidad al momento de adoptar reformas, Chile emergió de la dictadura de Pinochet (finalizada en 1990) como uno de los países de mayor desarrollo en América Latina. Pero la nueva generación de ciudadanos, la que no sufrió lo peor de la dictadura, no está conforme y ha puesto el dedo en las llagas de la desigualdad, la pobreza educativa y la existencia de una cancha social desequilibrada.
Bachelet y sus aliados, los que gobernaron por 20 años y construyeron gran parte del Chile de hoy, tomaron como propias las banderas de los desencantados y de los no tanto. Ahora prometen cumplir con todos, lo que será imposible considerando que parte de sus pedidos e intereses están en las antípodas.
Las tensiones se auguran fuertes. ¿Será que la madre imaginaria de los chilenos, la generosa Bachelet, podrá lidiar con ellas? Hay nervios y dudas fundadas.