Columnista Invitado
La institucionalidad ecuatoriana pasó del sometimiento al presidente autoritario al voluntarismo del sucesor afable.
Pero su fragilidad permanece como terreno abonado para la inseguridad jurídica, el abuso y la corrupción.
Aunque se vale batir palmas por la nueva impronta del presidente de turno, Lenín Moreno, quien rompió con los modos de su antecesor, habría que moderar las expectativas, pues permanecen los engranajes y los personajes del Gobierno previo.
La corrupción, de la que se hablaba desde los albores del correísmo, es una de las consecuencias lógicas de los regímenes sin equilibrios, transparencia ni rendición de cuentas.
Se abren ahora algunas rendijas para llamar a cuentas a los corruptos y eso es gracias, en gran medida, al voluntarismo de Moreno. Lo contradictorio es que quienes persiguen a los corruptos y se rasgan las vestiduras, son los mismos que antes los defendieron y encumbraron.
Si el interés fuese romper con la raíz de la corrupción, hay que hacer una cirugía institucional mayor. Eso implicaría, como mínimo, promover el cambio de los funcionarios comprometidos con el pasado, entre ellos varios ministros, fiscal, contralor, presidente de la Judicatura, presidente de Consejo Electoral y al Superintendente de Comunicación e Información.
También habría que aclarar sin atenuantes y de forma independiente la situación del vicepresidente Jorge Glas, cuyo tío Ricardo Rivera es investigado. ¿Qué tanto poder e influencia tenía esa persona?
La corrupción echa raíces cuando las instituciones públicas se manejan como tema privado. Echa raíces cuando se rompe el sistema de alumbrado y el escenario queda a oscuras o en penumbra, cuando los medios de comunicación son combatidos y amenazados y cuando las instancias de fiscalización y vigilancia están en manos de los fieles amigos del presidente.
“Son las instituciones estúpido” podría decirse ahora en Ecuador parafraseando a “es la economía estúpido”, máxima usada en 1992 en la campaña presidencial de Bill Clinton en EE.UU. para resaltar lo que era realmente importante en ese momento.
El terreno minado dejado por Correa y sus seguidores no solo está sembrado de deudas abultadas, déficit fiscal y un estado obeso, también tiene a una democracia maniatada por la anulación de los pesos y contrapesos institucionales y rendición de cuentas, así como por la escasa independencia de las autoridades de control.
La corrupción tiene espacios para moverse por más comisiones que se instalen o que legisladores oficialistas se desgarren las vestiduras. Lo que sucede con el caso Odebrecht es grave, pero no es lo único ni será lo último. La vacuna contra la corrupción pasa por hacer una cirugía mayor al entramado institucional y dejar de depender de la voluntad, postura y los modos del presidente de turno. ¿Moreno está dispuesto a dar ese paso?