Los métodos de propaganda de algunos gobiernos populistas latinoamericanos no difieren mucho de los del pasado nazista, comunista o fascista; talvez son más sutiles pero tienen la misma intención: desacreditar y neutralizar al adversario, mientras halagan y manipulan a las mayorías a cambio de apoyo y obediencia.
Los gobiernos de Argentina, Ecuador y Venezuela tienen una maquinaria propagandística bien aceitada para estos propósitos, y al igual que los regímenes autoritarios de otrora, coinciden en su intención de domesticar o destruir a la disidencia y, en especial, a la prensa independiente, a la que consideran de oposición.
El presidente ecuatoriano, Rafael Correa, puso a prueba la estrategia: jugó su propia Copa del Mundo. En los horarios de mayor sintonía durante el Mundial, gastó una millonada en la campaña de propaganda televisiva: “La libertad de expresión ya es de todos; la revolución ciudadana está en marcha”, acusando a los medios de mentir, fomentar la violencia, desestabilizar al Gobierno y ejercer el periodismo con el único fin de ganar dinero.
Con un estilo inconfundiblemente cínico, Correa siempre asume una postura de confrontación y revanchismo con los medios, tratando de restarles credibilidad y blindándose ante denuncias e investigaciones sobre corrupción y opiniones críticas, que la prensa, debido a su función social, está obligada a formular. Más aún, así como el Gobierno argentino, como férreo impulsor de una Ley de Comunicación que dará al Estado amplios poderes sobre los medios, Correa se desnuda, mostrando su real aversión por el periodismo y la crítica libres.
En Argentina, el gobierno de los Kirchner es aún más directo y sin tapujos al confrontar a la prensa. Hasta incentivó escraches públicos y “juicios éticos” en las plazas, como en la primera época del chavecismo venezolano, para incriminar públicamente a periodistas por golpistas y desestabilizadores.
Cada vez que se denuncian actos de corrupción, los medios sufren ataques: desde inspecciones impositivas hasta complots contra sus sistemas de distribución y fabricación de papel, sus periodistas son espiados y los familiares perseguidos. El escándalo sobre la “embajada paralela” entre Buenos Aires y Caracas, con la que se escondían negociados y sobornos a espaldas de la Cancillería, desembocó en la renuncia del canciller, Jorge Taiana.
En Venezuela, el directivo de Globovisión, Guillermo Zuloaga, salió del país para evitar el “enjuiciamiento” del presidente Chávez quien, en arengas públicas, lo acusó por distintos delitos, entre ellos, de desestabilizar la democracia; señaló la cárcel en el que lo hospedarían; anunció que expropiaría Globovisión. Todo eso, sin la intervención de jueces, lo que demuestra procesos indebidos y justicia sin independencia.