En política, se suele asumir que uno de los atributos más importantes del liderazgo es la confianza. Sin confianza, se hace muy difícil construir la necesaria legitimidad sobre la que se sustenta el vínculo representativo en el que se basa el sistema democrático moderno.
Como todos los políticos son humanos y cometen errores, esta confianza puede verse minada. Y aunque parezca paradójico, en estos contextos, la autocrítica no sólo es un sano ejercicio que permite aprender de los errores, sino que también puede ser una efectiva estrategia de comunicación.
A lo largo de la historia, la conveniencia de realizar autocrítica en el ámbito de la política casi ni fue contemplada, más bien se desplegó una crítica hacia las cosas y las ideas, pero no necesariamente hacia a uno mismo.
Sin embargo, en el contexto caracterizado por un sentimiento de descreimiento y apatía generalizada hacia los políticos y los partidos, mezclado con recurrentes frustraciones de las expectativas ciudadanas, pareciera que a la tradicional muestra de autoconfianza y optimismo –atributos sin dudas indispensables en la comunicación política-, a veces se la debiera equilibrar con una buena dosis de reflexión autocrítica.
Mostrarse como seres humanos falibles y no como dioses inalcanzables, es uno de los modos con que muchos líderes políticos actuales intentan “limpiar” su imagen negativa y ampliar la audiencia.
Solo por poner algunos ejemplos que observamos en la campaña electoral Argentina, y que forman parte de un intento por conquistar nuevos votantes que fueron tradicionalmente renuentes a acompañar electoralmente a ciertos dirigentes.
En primer lugar, la ex Presidenta Cristina Fernández de Kirchner está apelando a un discurso autocrítico en el marco de la campaña electoral en curso; y lo hace más bien a tono personal, refiriéndose a un estilo de comunicación que durante su gestión provocaba rechazo en algunas franjas de la ciudadanía. En segundo lugar, el caso de otra candidata argentina (perteneciente a la alianza gobernante) Elisa Carrió, quien instala la necesidad de profundizar algunas políticas mediante un discurso de aparente autocrítica. “Fue un error no decir que estábamos al borde del abismo”, fue frase enunciada, que le permite seguir una línea discursiva que contraste con el anterior gobierno.
Sabemos que la reflexión autocrítica contribuye a humanizar a los políticos, a cerrar la profunda brecha entre los votantes y la dirigencia política, un objetivo central que debería perseguir la comunicación política.
Por supuesto, siempre habrá quienes opten por no reconocer jamás los errores cometidos, y esto no es más que un camino que casi inexorablemente conducirá a la pérdida de apoyos ciudadanos.
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