En estos días vivimos una arremetida de la delincuencia común, acicateada, se dirá, por la situación económica y el aislamiento pandémico. También la minería ilegal vuelve a mostrar su mano sucia metida en ocho provincias, aunque su presencia siga siendo minimizada por autoridades y defensores de la naturaleza.
Mucho trabajo a la vista para una fuerza pública que ha debido redoblar esfuerzos en tareas conjuntas para tratar de evitar las peligrosas aglomeraciones y responder llamadas de emergencia falsas, mientras se deshace en preocupaciones por sus fondos de pensiones. Ojalá den pie con bola en Guayaquil y en ciudades vecinas donde la violencia crece.
Pero hablemos de los otros delincuentes, los que no necesitan esperar escondidos para robar la billetera, el teléfono y hasta los zapatos; de los que no apuntan con un arma para inmovilizar en su asiento al conductor, pero que con sus movimientos despojan al país y a sus ciudadanos, y especialmente a los que menos tienen, de teléfonos, zapatos, comida…
Y, sobre todo, de esperanza. Son aquellos que no ven a la política como un medio para servir sino como un medio para servirse. Son los verdaderos hombres y mujeres asesinas. No son un invento de ahora, pero hay que reconocer que, mientras hubo una supuesta bonanza y la tecnología avanza, proliferaron en número y en tácticas, y seguirán haciéndolo mientras quede algo que raspar en la olla.
La geopolítica fue superada, concluye Paul Virilio en una de sus disquisiciones deconstructivistas, por la cronopolítica. El verdadero poder no está en dominar la geografía, en moverse rápidamente en el espacio, sino en la velocidad con que se maneja la información.
Esta realidad de los liderazgos mundiales y corporativos, aplicada a nuestro paisaje, nos permite notar que quienes dominan el tablero local son quienes tienen información y la manejan a su conveniencia. Si alguien estuvo en la Contraloría, en un poderoso Ministerio o en una mesa chica, por ejemplo, tiene activos más poderosos que los dólares.
Con el producto de la ex Senain y sus minisucursales, con el espionaje, con el acceso a archivos de las oficinas a tu cargo, puedes hacer que la moneda siempre caiga del lado que quieres. Puedes volver a pararte como un muñeco porfiado pese a que fuiste destituido. Puedes amenazar y empatar un partido.
Esa información no es para la transparencia sino para uso personal. Por eso los mandamases se acostumbran a enviar a los medios o difundir por redes la parte que les interesa. Y más cuando hay quienes se prestan por un pedacito de circo o de pizza, sin preguntarse por el resto de información y sin contrastar.
Esos asesinos en serie no están en el radar de los investigadores pese a que actúan en sus narices. Algunos son padres de la Patria. ¿Notó algo de eso en la reciente interpelación y en acciones de ex asesores presidenciales?