Aquella espada que hace años se blandió en Venezuela invocando a Bolívar, ahora pesa tanto que su punta, ya desgastada y roma, se arrastra por el suelo dejando una larga línea de trazos errantes y caóticos que muestran lo que ha quedado de ese pueblo tras el paso de las huestes chavistas: gente aún más empobrecida, sometida a la humillación de hacer largas filas para conseguir comida; la inflación más alta del mundo; índices galopantes de desempleo; arcas fiscales escuálidas; escándalos de corrupción en cotas inimaginables; abusos, persecuciones, apresamiento de opositores; demolición de las instituciones; degradación de las condiciones de vida del ser humano; y, mientras tanto, la libertad recluida sin remedio en algún calabozo…
Y mientras tanto, el nombre del libertador, su pensamiento y sus sueños usurpados y manoseados por el populismo totalitario fraguado en Venezuela, exportado a otras naciones como una franquicia de etiqueta izquierdista sin ningún contenido ideológico real que lo sustente, sin más credenciales que las de un caudillo de ocasión, y, por supuesto, sin afán alguno de liberar a nadie.
Hoy aquel modelo de fracaso económico, político y social se encuentra en terapia intensiva. Ni siquiera la propaganda desmedida, parte esencial de esa distopía de tintes orwelianos, ha logrado detener el proceso de agonía evidente de la aventura chavista en la tierra de Bolívar.
Hace tiempo que en Venezuela y en otras naciones franquiciadas la izquierda que dice ser auténtica, esa que conserva entre sus postulados y en sus convicciones la democracia, el humanismo y la justicia social como pilares esenciales de su ideología, se separó de aquel conglomerado amorfo acusándolo de bastardía, gansterismo, latrocinio, nigromancia, vaciedad…
Y, por el contrario, el futuro de esa izquierda tradicional y añeja está justamente en alejarse de cualquier forma del modelo venezolano para no ser contaminados por sus vahos ad mortem. Al final de esta desventura, con negación y desbandada incluidas, asistiremos a un suigéneris proceso de refundación de la izquierda latinoamericana.
Es indiscutible que la mayoría de esa izquierda que hoy repudia al chavismo y sus sucedáneos y pretende aparecer como única y verdadera, en su momento apoyó y participó en la gestación y desarrollo del proyecto. Es innegable que muchos de los líderes y autores de este desastre salieron de sus filas y son responsables directos de su fracaso.
Sin embargo, no es menos cierto que el futuro de la izquierda latinoamericana, su supervivencia, dependen en buena parte del final del chavismo, de su pronta sepultura y de la efectiva rendición de cuentas que deban hacer ante su pueblo y ante las cortes internacionales de derechos humanos cuando corresponda; pero en especial, dependen de sí mismos, de su reorganización y de su capacidad para convencer al pueblo de que aquello que se vivió como una larga pesadilla fue la impostura de una falsa izquierda.
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