Usamos el término Ilustración (así, con “I” mayúscula) para referirnos a una época en el desarrollo del pensamiento occidental aproximadamente coincidente con el siglo XVIII, centrada especial aunque no exclusivamente en Francia, que asociamos con la Enciclopedia, Voltaire, Diderot, Rousseau, la Revolución Francesa, ideas de libertad, igualdad, fraternidad y derechos humanos.
Sin embargo, en un escrito titulado “¿Qué es la ilustración?” uno de los máximos exponentes de esa Ilustración con I mayúscula, Immanuel Kant, que era prusiano, no francés, nos dejó otra forma de verla. Se refiere a “ilustración” así, con “i” minúscula. No la define como un conjunto de ideas o como una época en la historia de las ideas. La define como una actitud intelectual y moral, aquello que, refiriéndose al amor, Erich Fromm describe como “un estado del alma”.
Escribió Kant en 1784: “La ilustración es la emancipación del ser humano de su auto-impuesta inmadurez. La inmadurez es la inhabilidad para hacer uso del propio intelecto sin la dirección de otro. Esa inmadurez es auto-impuesta cuando su causa no radica en una carencia de intelecto, sino más bien en una carencia de la decisión y la valentía para hacer uso del propio intelecto sin la dirección de otro. ‘¡Sapere aude! ¡Ten la valentía de hacer uso de tu propio intelecto!’ es, en consecuencia, el lema de la ilustración.” Resulta notable la vigencia de esas ideas en nuestro tiempo y en nuestra América Andina. Vivimos aprisionados en esa “inmadurez”, esa “inhabilidad para hacer uso del propio intelecto sin la dirección de otro”.
Se da en tantísimas familias en las que el padre o la madre dirige el pensamiento de los hijos, les impone creencias religiosas, sociales y políticas, les prohíbe enamorarse de la chica que no es “de nuestra iglesia”, o del chico que no es “de nuestra clase social”, decide qué van a estudiar, con quiénes se van a casar, dónde van a vivir, cómo van a criar a sus hijos, a qué escuelas y colegios los van a enviar.
Se da en tantísimas instituciones llamadas “educativas”, en las que se entiende “educación” como adoctrinamiento, se imponen creencias, se pretende imponer valores (digo “se pretende” porque un valor no lo es, en realidad, si no es materia de convicción) a base de amenazas y miedos, se premia la memorización, se castiga el cuestionamiento.
Se da en la toma de cruciales decisiones sociales, como la definición de qué constituye o no delito, cuando quienes toman esas decisiones renuncian al “uso de su propio intelecto” bajo “la dirección de otro”.
No es a ese “otro” -papá, mamá, profesor, jefe- a quien debemos culpar. Bien dice Kant que la inmadurez “es auto-impuesta” y “que una gran proporción de la humanidad está contenta con permanecer inmadura de por vida” por “carencia de decisión y de valentía”.