Atrapados

Los populismos, en la gran mayoría de veces, terminan enfrentados a los sectores medios de la población.

Cuando por hacer alarde de reivindicaciones que supuestamente ayudarían a palear las condiciones de vida de los menos favorecidos, se diseñan medidas que buscarían obtener más recursos, para en teoría atender las necesidades de quienes urgen de apoyo, los afectados son ese amplio sector que conforma la denominada “clase media”, integrado en su gran mayoría por personas que viven dependiendo básicamente de ingresos provenientes de su trabajo, los cuales no son elásticos y no pueden expandirse en la medida que le son extraídos a manera de tributos por el estado.

Profesionales, trabajadores calificados, pequeños empresarios que esforzadamente van ascendiendo a lo largo de su vida en materia económica, en un determinado momento encuentran que sus ingresos ya no abastecen lo suficiente porque tienen que atender obligaciones fiscales, directas o indirectas que les va mermando su patrimonio.

Muchos de ellos, con sólidas formaciones académicas, reniegan de las políticas emprendidas y fácilmente se convierten en sus más agudos contradictores.

En los países donde los populismos han construido hegemonías, es desde este grupo social donde se emiten los criterios que cuestionan la efectividad de las medidas impuestas.

De allí que en tales Estados, para conseguir apoyo a sus regímenes es fácil movilizar a las capas menos favorecidas que reciben ayudas directas vía subsidios, provocando en los hechos un sisma que enemista a los conciudadanos, con el riesgo que las distancias entre unos y otros se conviertan en insalvables. Así no se construye en armonía y se evidencian sociedades que terminan polarizadas.

Si se continúa por esos caminos es muy probable que los triunfos políticos continúen favoreciendo a quienes han seguido esa trayectoria para llegar al poder. Pero terminan administrando sociedades fatigadas por el desencuentro, grupos sociales inconformes con lo que consideran una extracción de recursos exacerbada; y, por supuesto, a grupos adherentes que, viviendo de los subsidios y apoyos estatales, han resignado cualquier esfuerzo que les permita salir de sus precarias condiciones de vida.

El tema no va por ahí. El progreso de los habitantes de un país debe dárselo en condiciones armónicas, en donde las diferencias se resuelvan mediante diálogos y consensos, no con imposiciones que terminan desmotivando iniciativas y emprendimientos. Si algo requieren los países es que sus ciudadanos mejor formados académicamente permanezcan en sus países, creando e innovando para conseguir que estas sociedades progresen.

Limitar su proyección o crecimiento es poner piedras en el camino para el avance de los Estados, que con el tiempo habrán visto que realizaron un pésimo negocio. El abatimiento de los que sienten que dedican su esfuerzo para alimentar un Leviatán insaciable, es la peor de las elecciones. No sería bueno terminar como otros Estados expulsando a sus mejores elementos.  

mteran@elcomercio.org

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