Atahualpa es un ícono de la cultura nacional ecuatoriana. Y una figura muy conocida. Todos sabemos que fue hijo del Inca Huayna Cápac y una princesa indígena de estas tierras; que nació en Caranqui; que gobernó el espacio septentrional del Tahuantinsuyo; que tuvo un enfrentamiento con su medio hermano Huáscar; que venció en esa contienda y fue declarado sapa inca o gobernante de todo el imperio; que fue apresado a traición por los conquistadores españoles, que lo engañaron y al fin, lo ejecutaron luego de obligarlo a bautizarse.
La figura de Atahualpa ha sido usada de muy diversas maneras. En el pasado se lo consideraba un héroe nacional, porque enfrentó y venció a los peruanos, lo cual se entendía como un antecedente para nuestra reivindicación amazónica. Ha sido visto como representante del mítico Reyno de Quito, y por ello un referente de la nacionalidad ecuatoriana. Por haber sido el último soberano inca, vencido y traicionado por los invasores europeos, se lo considera una figura de la resistencia indígena y de la resistencia popular contra la oligarquía y el imperialismo. No ha faltado quien lo ha señalado como expresión del mestizaje y por tanto factor de unidad de un país diverso. Y hasta se ha llegado a ponerlo de ejemplo de la cristianización de los pueblos aborígenes, ya que el haber sido bautizado fue un signo de aceptación del cristianismo.
Así y todo, Atahualpa no ha merecido el homenaje nacional de un monumento que corresponda a su importancia histórica. Aparte de haber dado su nombre al estadio olímpico de Quito y haber construido un busto o estatua menor, en la capital no se levanta un recuerdo adecuado a su memoria, como corresponde a su dignidad. Hay en el resto país varios bustos y una que otra estatua, especialmente aquella de su nativa Caranqui, pero el Inca quiteño no ha tenido la suerte de gobernantes de mucha menor envergadura, que ocupan lugares de mayor importancia en la geografía nacional. Esa es una deuda pendiente.
También estamos en deuda con el conocimiento sobre Atahualpa. Desde luego que se han realizado estudios al respecto en el país y en el exterior. Algunos tienen poco valor, ya que son repeticiones de lugares comunes. Varios de ellos, por el contrario, han ofrecido datos importantes, pero no han sido suficientes y aún tenemos grandes interrogantes por responder. Solo un esfuerzo sostenido en los trabajos arqueológicos y etnohistóricos podrá solventar esta falencia en el futuro.
Atahualpa es una de las grandes figuras de nuestra historia y un referente de la construcción nacional del país, más allá de los mitos y el patrioterismo. Todo esfuerzo que se haga por entender mejor su acción en nuestro pasado y su presencia en nuestra trayectoria como país será una contribución importante para comprendernos mejor a nosotros mismos.