Tengo entendido que se ha impuesto el nombre que le puso su fundador el ilustre Benjamín Carrión: Casa de la Cultura Ecuatoriana (CCE). Como sentimos una extraña fascinación por desfigurar todo lo realizado con gran esfuerzo, inclusive se llegó a proponer un cambio substancial del nombre: Casa de las Culturas Ecuatorianas, como si lo ecuatoriano no englobara todas las manifestaciones culturales de los pueblos que habitan en el espacio geográfico llamado Ecuador.
Contadas instituciones como la CCE. Se la ha visto luchar por mantener sus características fundacionales, como la autonomía, pese a todos los vendavales que a otras las han destrozado. Se ha mantenido con altos y bajos es verdad. Entre quienes han comprendido el pensamiento de Benjamín Carrión se incluyen los últimos gobiernos miliares que hemos tenido, hecho admirable. Según confesión de Edmundo Rivadeneira, Secretario General y Presidente que fue de la CCE, el estupendo nuevo edificio fue obra de asignaciones extrapresupuestarias dispuestas por aquellos generales ecuatorianos de una gran cultura, orgullosos de su nacionalidad.
Por declaraciones de su actual presidente Raúl Pérez Torres, se sabe que la CCE está a punto de perecer de necesidad. Se ha dispuesto la asignación de una cantidad irrisoria que apenas cubriría el costo de los servicios básicos. Su liquidación por ahogamiento económico. ¿Respuesta del gobierno de Rafael Correa a esa defensa inclaudicable por mantener la autonomía de la Casa de Benjamín Carrión? Es de dominio público que el ministerio del ramo se halla empeñado en crear el Sistema Nacional de Cultura, en el que la CCE es una institución más. ¡Adiós autonomía! Una vez que tal arbitrariedad y despropósito ha sido un peligro recurrente, en esta misma columna fui de la opinión que a la CCE no se la incluya en el montón y se le asignen competencias conducidas de manera autónoma. La CCE sería la encargada de conservar, estudiar y difundir todas las manifestaciones culturales del hombre ecuatoriano. A mi juicio, el ejemplo más claro está en la Biblioteca Nacional Eugenio Espejo. Sería la Biblioteca Nacional Eugenio Espejo de Autores Ecuatorianos, en ciencias y en humanidades. También en ella cabrían, como patrimonio, los libros de las bibliotecas que crearon los jesuitas en la Real Audiencia de Quito y los de autores extranjeros que investigaron o trataron temas relacionados con nuestro país, como las obras de Humboldt, Boussingault, Tafalla y tantos otros, viajeros. Conservar aquellos documentos escritos, estudiarlos y difundirlos, una empresa de gran nivel intelectual, a la que se sumarían museos y salas de exposiciones con igual propósito: presentarnos ante el mundo con cedulas de una identidad bien definida, respetable.