Ascenso hasta la incompetencia

Los procesos eleccionarios no dejan de ser folclóricos. Partimos de un hecho: la ciencia ha probado que todos los seres humanos tenemos niveles de incompetencia en algunos campos y para cualquier función hay que capacitarse debidamente. Los “todólogos” que creen saber que dominan todo y que nunca se equivocan, muchos de ellos teóricos que no tuvieron experiencia en administrar nada, demuestran con hechos sus aciertos pero también sus errores.

Protagonizan cambios aunque no combinen con la buena experiencia (porque también hay mala), necesaria para cualquier actividad. Esto facilita la improvisación y los resultados se observan aunque se intente tapar con un fuerte discurso populista que deslegitima al resto y una atosigante propaganda oficial.

Ese es el caso de candidatas y candidatos para los próximos comicios, con la inclusión de destacados artistas, músicos, futbolistas y de otras profesiones, muy buenos en su oficio pero que se lanzan a la aventura, sin mayor preparación ni conocimiento de las funciones que pretenden ejercer, aunque con respaldo político, económico y propagandístico. Ellos ponen como capital la imagen lograda en sus profesiones para que se aprovechen dirigentes y movimientos, con un electorado que necesita información para ejercer libremente el voto, pero con cabal conocimiento de causa. Llegan en una época en la que se ha enarbolado la meritocracia, que incluso creó un instituto, la exigencia de doctorados y PhD pero para otras funciones, y allí están las consecuencias.

El libro ‘El principio de Peter’, que publicara el reconocido profesor universitario Laurence Peter, sostiene que las personas que realizan un buen trabajo son promovidas a otros puestos de mayor responsabilidad hasta que alcanzan su nivel de incompetencia.

El filósofo y destacado pensador Cornelius Castoriadis habló del ascenso de la insignificancia; de la descomposición que se ve en la desaparición de las significaciones, en el desvanecimiento de los valores. Citó el caso de las sociedades occidentales, que proclaman que el único valor es el dinero, la ganancia, que el ideal sublime de la vida social es el enriquecimiento. Si es así, los funcionarios deberían pedir y aceptar propinas para hacer su trabajo, los jueces poner en subasta las decisiones de los tribunales, los maestros deberían poner buenas calificaciones a los niños cuyos padres les hayan pasado dinero y así todo lo demás. Escribió que la única barrera para las personas es el miedo a la persecución y a la sanción penal.

Cuanta razón tuvo este pensador al hablar en el siglo XX, sin visualizar lo que se podría repetir o profundizar en el nuevo milenio. Lo peor es que como hoy todo resbala, se trata de vencer a como dé lugar aunque no se pueda convencer. Unos son estrellas y otros los estrellados.

Suplementos digitales