Arte, escándalo y censura

Desde los años de 1960 en particular, artistas en toda Latinoamérica emplean tácticas diversas para cuestionar la función del arte en sociedades caracterizadas por la represión, la censura y el autoritarismo de facto. Así, León Ferrari, Luis Camnitzer y Antonio Dias exploran temas, materiales y formatos diversos para comunicar a las audiencias nuevos valores. El artista se propone como un “organizador de sentidos” o significados y lo hace muchas veces más allá de la institución. Esta y la década siguiente con artistas como Lygia Clark de la Argentina o Oitica del Brasil usarán, por ejemplo el cuerpo y los sentidos como materiales claves para su propuesta conceptual.

El concepto –en representaciones o acciones- empezará a rebasar a lo representado en sentido literal y estos, los conceptos construidos en las obras en distintas exhibiciones temporales, irán tendiendo una mesa poco grata al poder establecido, llámese poder político o religioso. Lo cuestionan, lo movilizan abierta o veladamente, revelan lo oculto o escondido, la porquería connaturalizada en sociedades pacatas como la nuestra. Esta es la función central del arte contemporáneo: alterar, friccionar el orden. Las protestas sociales urbanas se pueden convertir o resolver también vía el arte, tal el caso de los “Crucificados de La Paz” que mostraron la faz de la exclusión y el empobrecimiento en Bolivia y lo hacían para generar una catarsis colectiva de corte masoquista y lastimero. El arte y la vida misma establecen nuevos vínculos, lejos del arte higiénico y comercial presentado en las galerías convencionales.

Así, el Centro Cultural Metropolitano o el Centro de Arte Contemporáneo en Quito por su propia naturaleza, son espacios para el debate, para cuestionar valores caducos y colonialistas, independientemente de los gustos y formación de los políticos de turno. Y aún a costa del escándalo y la censura, son lugares para generar ideas liberadoras en sus públicos, no lisonjeras y poco trascendentes. Dejen que Disney World y sucedáneos jueguen este rol.

El arte es transgresor. En este contexto, directoras-gestoras como Pily Estrada, valientes e informadas (rara avis), resultan claves. Y claves son exposiciones (no la obra individual descontextualizada que causa escozor en la cúpula de la Iglesia o Municipio) como “La intimidad es política” que redescubren nuestra aberrante naturaleza conservadora, llena de temor e intolerancias y que nos sigue relegando a ser lugares anodinos donde pasa muy poco en términos culturales, donde se carece de reflexión y debate, donde el autoritarismo campea puesto que para librarse de aquello que no se delibera, se clausura una muestra o se sanciona un funcionario. Y viene uno nuevo “blandito” que obedece y hace una mágica regresión a las “bellas” artes del siglo pasado y todos contentos…

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