Quito se transforma vertiginosamente. El influjo de grandes capitales bien o mal habidos no deja tregua en la urbe, se construye sin cesar. La gran mayoría son edificaciones de gran espectacularidad, de poco o ningún valor artístico; edificaciones que tras la media centuria pasarán sin pena ni gloria, habrá de derrocarlos si se requiere. Desafortunadamente la gran mayoría de arquitectos e ingenieros ven la mejor y más rápida forma de lucrar, centran su tarea en el objeto de turno, olvidan la ciudad, el entorno. En suma, hacen caso omiso de los ciudadanos en su conjunto. Congratulamos salvar del olvido a varios maestros modernos de la arquitectura que han dejado una indeleble huella por su sólido trabajo realizado en las décadas de los sesenta y setenta, sobre todo de arquitectura residencial. Este salvataje se lo hace en el libro de gran formato: ‘Casas y arquitectos modernos en Quito. Una generación referencial’, publicado por el Colegio de Arquitectura y la Universidad San Francisco. Se seleccionan 11 arquitectos, la mayoría representados por sus propias residencias, entre otros Juan Espinosa, Ovidio Wappenstein o Milton Barragán; y a ello se añaden reseñas de Agustín Patiño, Mario Arias y Ramiro Pérez, desaparecidos tempranamente pero cuya obra constituye parte de la buena arquitectura de la ciudad. En muchos casos, cito a Ramiro Pérez o Lucho Oleas en particular, viviendas de su autoría han sido derrocadas para realizar edificaciones renteras.
La selección de arquitectos y obra es buena; las entrevistas realizadas por la historiadora del arte Sonia Kraemer ilustran bien los fundamentos de su obra. Quizá haría falta contextos urbanos, es decir formas de diálogo con el entorno. El gran formato resulta, sin embargo, inútil, demasiado gasto de papel, imposible de ubicar en una biblioteca o leerlo con facilidad. Está pendiente una historia crítica y abarcadora de mayor aliento de la realidad moderna de nuestra arquitectura. Sirvan estas observaciones para reclamar enérgicamente la necesidad de crear políticas para la protección de la arquitectura moderna patrimonial habida cuenta de que buena parte mereció en su momento el Premio Ornato cuando este era aún prestigioso. Además, como señala en el libro citado Carlos Morales, la gran mayoría de arquitectos reseñados fueron maestros de centenas de arquitectos jóvenes, estructuraron las facultades de arquitectura, crearon la Bienal de Arquitectura y propugnaron un alto grado de oficio, un claro manejo constructivo, una lógica visible, sin “gestos ostentosos” o “derroches estructurales”, para resolver bien no para impresionar, situación frecuente en la arquitectura de hoy en día.