Una injustificada e injustificable carrera armamentista se ha desatado en América Latina en plena postguerra fría. Se gastan desproporcionadas cantidades de dinero en armas con menoscabo de las inversiones para el desarrollo social. El presidente Alan García de Perú hizo pública en septiembre del 2009 una espeluznante denuncia sobre el dispendio de dinero en armas por varios países de la región. Afirmó que durante los últimos 5 años Latinoamérica ha gastado 176.000 millones de dólares en compras de armamento —cuyos principales proveedores fueron Rusia y Estados Unidos, no obstantes sus prédicas de paz— y que en los siguientes 5 años se propone despilfarrar 235.000 millones adicionales en “repotenciar” sus fuerzas armadas y adquirir nuevo armamento.
Esto ocurre en momentos en que el “Programa Mundial de Alimentos” y la “Organización de las Naciones Unidas para la Agricultura y la Alimentación” denuncian que la hambruna en el planeta ha alcanzado el nivel más alto de la historia, con más de mil millones de personas afectadas gravemente por la escasez de alimentos y la desnutrición, de las cuales 53 millones pertenecen a la región latinoamericana y caribeña.
Este es el “balance” social de los gastos armamentistas.
Los principales proveedores de armas a los países pobres son Rusia y los Estados Unidos. Y, en este último caso, a pesar de que Obama acaba de anunciar la reducción de 78.000 millones de dólares en sus gastos militares.
La vergonzante y grotesca paradoja es que los cinco miembros permanentes del Consejo de Seguridad de las Naciones Unidas —que es el órgano encargado del mantenimiento de la paz y seguridad en el mundo— son los principales vendedores de armas, en este orden: Rusia, Estados Unidos, Francia, China e Inglaterra. Lo cual resulta incomprensible desde el punto de vista ético: ¡los cinco primeros responsables de la paz en el mundo son los cinco más grandes traficantes de armas! Ellos venden el 86% del armamento convencional que se negocia en el planeta. Y sus principales compradores son los países más pobres.
Si los Estados del mundo subdesarrollado congelaran sus gastos militares al volumen de 1990, ahorrarían durante un decenio una suma superior a los cien mil millones de dólares que los podrían emplear en las demandas del desarrollo humano, económico y social de sus pueblos. Esto podría significar, según cálculos hechos por el “Programa de las Naciones Unidas para el Desarrollo”, la posibilidad de alcanzar en ellos la alfabetización universal, la atención primaria de la salud y el suministro de agua potable para toda la población.
En el orden de las ganancias, el sucio tráfico de las armas es el primer gran negocio del mundo, después del cual siguen el narcotráfico y el petróleo.