Aveces parece que hubiera muerto el debate en el país. Fin. No hay forma. No hay forma de estar en desacuerdo con cualquier mínima cosa. Los argumentos más peregrinos abundan y se vuelven parte del debate nacional.
A los precios altos en las comidas en el nuevo aeropuerto de Quito, la respuesta es que “ahora cumplimos con normas sanitarias internacionales”. O sea que antes no se cumplía con ninguna norma sanitaria y que los usuarios consumían basura. Bien. Así ha de ser. Cuando se arma el debate, la protesta entre usuarios y consumidores, no falta quien responde cosas como “de qué se quejan, así mismo es en los aeropuertos de Europa y del mundo”. Ha de ser el costo del progreso y el desarrollo, de nuestro incipiente camino al Primer Mundo. Punto. No hay más que decir.
Estamos rodeados de argumentos peregrinos para cualquier debate. Sea este simple, como el de los altos costos de las comidas en el nuevo aeropuerto quiteño, o sea complejo, como lo que acaba de ocurrir con los 10 de Luluncoto y la sentencia recibida.
Sí. Abruman los argumentos actuales. Dejan sin piso a cualquiera. En el caso emblemático de Luluncoto se han escuchado, durante todo el proceso, argumentos magistrales, verdaderas perlas: “Algo han de haber hecho”, “No estarían jugando macateta”, “No han de haber sido perita en dulce”, “No hagan drama, si ya van a salir en cuatro días y luego habrá que tenerlos vigilados, por si las moscas”.
Así no hay debate que prospere. Imposible. Imposible explicar que hay unos derechos que hay que respetar, que la sentencia crea un precedente para el futuro de las organizaciones sociales, que una persona es inocente hasta que se pruebe lo contrario, que no hay pruebas del delito del que se les acusa, que se les juzga por una cosa y se les sentencia por otra. No hay forma. Nada.
Si se cuestiona algo, te vuelves opositor, derechoso y hasta miembro de la CIA; si estás con los que perdieron, te conviertes en blanco certero para la mofa y la burla. Todo se reduce a un hiriente ¡bienechito! Eso, salpimentado con los lugares comunes: el banquero es más que delincuente, el ecologista es infantil, el de la armónica que vaya con su música a otra parte, la prensa es corrupta, y todos, juntos, son una caterva de sufridores.
Sin debate, tampoco parece posible llegar a acuerdos. Solo un largo camino incierto de silencios mudos y complicidades, de sumisión, venias y agradecimientos por las obras recibidas. Con argumentos peregrinos no hay cómo debatir. Y el debate de ideas es fundamental para la construcción de ciudadanía pues de él, se supone, sale el consenso y los acuerdos mínimos de convivencia.
Nada. Así van las cosas: no protestes, no pienses distinto, mejor no digas nada. Palo… y zanahoria. Y una sociedad indiferente, opaca, conforme y gris.