El miércoles pasado me encontré de casualidad con un periodista de la Revista Vanguardia. Le dije que sentía mucho lo que este Régimen estaba haciéndole a su medio -y a la prensa libre del país-, me solidaricé con él y con sus demás colegas de trabajo. Esta persona agradeció mis palabras y me contó algunos detalles del operativo policial que montó el Gobierno para confiscar -con metralleta en mano- las computadoras y el material periodístico sobre el que estaban trabajando.
Nuestra conversación tuvo lugar en un centro comercial atestado de gente que hacía sus compras de Navidad. La parafernalia típica de estos días -luces de neón, incesantes cuñas comerciales y vendedores con sonrisa de hiena- contrastaba con la gravedad del asunto que este periodista me estaba relatando.
Porque lo sucedido el viernes antepasado con Vanguardia no es un hecho aislado que incumbe a aquel medio solamente. Lo que ocurrió ese día forma parte de una estrategia gubernamental que busca, de forma sistemática y deliberada, tender un cerco cada vez más estrecho sobre las libertades de información, expresión y pensamiento en el Ecuador.
Que este periodista me contara su experiencia dentro de un ‘mall’ repleto de personas gastando su dinero me pareció tremendamente decidor porque aquel escenario retrata de cuerpo entero el modelo político que impulsa este Gobierno desde su inicio: instalar en el país un Régimen autoritario y personalista a cambio de mayores cotas de consumo para la clase media y baja, junto con altos niveles de rentabilidad para los grandes grupos económicos.
Las palabras de este periodista eran tranquilas y reposadas, pero el contenido de su historia era sumamente perturbador. A pretexto de un alquiler pendiente de pago -por algo más de 13 mil dólares- un piquete de policías armados hasta los dientes irrumpió en la redacción de una revista independiente para llevarse la información que tenía almacenada en sus equipos de trabajo. El operativo fue cuidadosamente planificado -un viernes por la noche en plena época navideña- para que pasara lo más desapercibido posible.
¿Qué sucederá después? ¿Quiénes serán -o seremos- las próximas víctimas de esta supresión sistemática de las libertades en Ecuador? De eso no hablamos con el periodista de Vanguardia, pero me pareció intuir una sensación de incertidumbre en él. Los periodistas son, tal vez como ningún otro profesional ecuatoriano, quienes más necesitan de la libertad para poder trabajar adecuadamente.
Por ahora, la mayoría de los ecuatorianos no mira estos atropellos a la libertad de prensa como un problema suyo. El problema es que cuando la sociedad quiera reaccionar, pudiera ser demasiado tarde