La posesión del presidente Lenín Moreno fue un ritual sui generis. En la primera parte, sobresalió el discurso fundamentalista de la “década ganada” del presidente de la Asamblea. Hasta ese momento la reunión fue una evocación de las sabatinas, pero con el silencio del principal actor. De allí en adelante el evento derivó en una suerte de melodrama de despedida al caudillo, matizado con aplausos, lágrimas, gritos y canciones sufridoras. Esto duró hasta la partida del redentor, quien se dio todo el tiempo para despedirse.
De allí en adelante el nuevo presidente ocupó el lugar de atención que le correspondía. El esperado discurso, sin mirada retrospectiva, a no ser por el reconocimiento a la prominente figura del mesías, y sin esbozar una línea de base para su gestión en el tema económico, tejió con guante blanco una serie de argumentos sobre el tipo del nuevo liderazgo, que establecía distancias profundas con el modelo mesiánico y autoritario vigente hasta minutos atrás. Moreno se anunció como “el presidente de todos” y como tal habló de la recuperación de la democracia y de dar voz y participación al “otro”. Posicionó temas que el 50% de ecuatorianos que no votó por él deseaba escuchar: la lucha contra la corrupción, la mantención de la dolarización y la prioridad de lo social.
Entonces, más allá del melodrama, el ritual de posesión, evidenció una primera escaramuza pública entre correístas y morenistas. Enfrentamiento que a medida que pasan los días se hace más visible. Por un lado, sectores tradicionales de Alianza País (AP), que reproducen el modelo dejado por Correa: ejemplo, la aprobación de la ley para la introducción de transgénicos; y por otro, acciones democráticas, que afianzan el mensaje de Moreno por el diálogo, expresadas en el acercamiento de la Senecyt y Universidad Andina, iniciativa encabezada por Augusto Barrera, en representación del gobierno.
El mensaje del presidente Moreno en la posesión logró bajar la tensión política acumulada en los últimos meses. Generó un ambiente esperanzador, expresado en un importante capital político que podría esfumarse si el discurso del Presidente no logra más concreciones rápidas y creíbles como la realizada por Barrera. En tal sentido, de ser cierta esta hipótesis, el morenismo, para acumular fuerzas y credibilidad política, tendría que acelerar procesos de escucha y conversa con la sociedad civil en todos los frentes, que construyan agendas con corresponsabilidad. Además, debería plantarse fuerte para exigir a la Fiscalía transparencia en el caso Odebrecht, luego de recibir los datos en Brasil.
Las banderas de la democracia y de la ética son muy potentes. Moreno podría tomarlas, y así no dejarse engullir por el poderoso correísmo que controla casi todas las funciones de Estado. El tiempo político apremia.
mluna@elcomercio.org