El gran paleontólogo y filósofo jesuita padre Pierre Teilhard de Chardin propone, en su extraordinario libro ‘El Fenómeno Humano’ que la característica esencial de nuestra especie, la humana, es la capacidad para la reflexión, el hecho que no solo sabemos, sino que sabemos que sabemos y podemos, en consecuencia, reflexionar y aprender de nuestras experiencias. En la misma línea de ideas, el novelista y ensayista británico Aldous Huxley escribió que lo importante de la experiencia no es simplemente tenerla: es aprovecharla, aprendiendo de ella. Y también en esa línea, Ronald A. Heifetz escribe: “Entre todos los primates, quizá solo los humanos puedan hacer realidad, por ejemplo, la igualdad entre los sexos. El poder del aprendizaje permite a la cultura humana mejorar la expresión de las conductas naturales que presentan impedimentos al desarrollo de una sociedad civilizada. La igualdad, y muchos otros preciosos logros, son productos de un esfuerzo heroico y de una adaptación cultural que ha costado mucho conseguir”.
¿A qué“conductas naturales” se refiere Heifetz, que “impiden el desarrollo de una sociedad civilizada?”. Una de ellas, claramente, es la tendencia pendenciera, intolerante y vengativa que llevó, para citar solo dos ejemplos, a la Guerra Civil española y a las crueldades de la dictadura chilena.
¿A qué“otros preciosos logros” se refiere, además de la igualdad? Podemos contar entre ellos al respeto, a la tolerancia, a la búsqueda de la resolución de nuestros conflictos.
Tenemos la capacidad para el “desarrollo de una sociedad civilizada”. Pero parece que, muchas veces, el “esfuerzo heroico” es demasiado exigente, y muchos caemos de nuevo en las “conductas naturales”, y en aquello que José Antonio Marina describe como “el fracaso de la inteligencia” que, según este valioso pensador “aparece cuando alguien se empeña en negar una evidencia, cuando nada puede apearle del burro, cuando una creencia resulta invulnerable a la crítica o a los hechos que la contradicen, cuando no se aprende de la experiencia”.
Los españoles realizaron el “esfuerzo heroico”, se replantearon muchas ideas, aprendieron de la durísima experiencia de su guerra civil y de la larga noche franquista, y lograron la transición hacia una democracia pluralista ejemplar, que quedó plasmada en los Pactos de la Moncloa. Los chilenos también han construido, luego de la cruenta dictadura, una realidad socio-política más incluyente y abierta de lo que fue en el pasado. Ninguna de las dos sociedades es perfecta –no existe ni puede existir tal cosa- pero sí han progresado notablemente, aprendiendo de sus experiencias.
Me niego a creer que muchos otros entre nosotros, los latinoamericanos, seamos incapaces de apearnos del burro para evitar el fracaso de la inteligencia.