Llora, llora como mujer lo que no supiste defender como hombre”, espetó la reina madre a Boabdil, último rey moro, cuando, al abandonar la amada ciudad de Granada luego de su rendición, lloró sobre los siglos, acueductos y fuentes, mezquitas, palacios y muros que dejaban atrás para siempre. Crueles palabras que hoy se oirían muy mal -no se me acuse, por repetirlas, de estar contra el lenguaje políticamente correcto, ese, repleto de eufemismos que lo uniforman todo, en una especie de buena conciencia, falsa, deshumanizada… Agosto, 1492: aún en plena mar océana las naves de Colón, termina la impresión de la primera Gramática Castellana de Antonio de Nebrija, dedicada de bella manera a la reina Isabel de Castilla, cuya redacción ella había propuesto: “Cuando bien conmigo pienso, mui esclarecida Reina, y pongo delante los ojos el antigüedad de todas las cosas que para nuestra recordación y memoria quedaron escriptas, una cosa hallo y sáco por conclusión mui cierta: que siempre la lengua fue compañera del imperio”… ¡La sabiduría es profética!: se acercaba el imperio tras el anchísimo mar, y con él, la dilatación del español por las tierras de América y más allá.
Sigamos con la bella música del antiguo español. Nebrija fijó nuestras normas gramaticales a la manera de las del latín, a fin de que “lo que agora i de aquí adelante en él se escriviere, pueda quedar en un tenor i estenderse por toda la duración de los tiempos que están por venir, como vemos que se ha hecho en la lengua griega y latina, las cuales, por aver estado debaxo de arte, aunque sobre ellas han passado muchos siglos, todavía quedan en una uniformidad”. Parece, pues, que en medio de la infinita movilidad de lo humano, lo que nos salva de cambios que nos harían fenecer es la norma, la ley: el renacentista afán de perpetuidad encontró su cauce para la permanencia de la lengua.
En medio de la exaltación que le embarga ante la obra cumplida, sigue Nebrija: “El tercero provecho deste mi trabajo puede ser aquel que, cuando en Salamanca di la muestra de aquesta obra a vuestra real Majestad e me preguntó que para qué podía aprovechar, el mui reverendo padre Obispo de Avila me arrebató la respuesta; e respondiendo por mí, dixo que después que vuestra Alteça metiesse debaxo de su iugo muchos pueblos bárbaros e naciones de peregrinas lenguas, e con el vencimiento aquéllos ternían necessidad de recebir las leies quel vencedor pone al vencido, e con ellas nuestra lengua, entonces por esta mi Arte podrían venir en el conocimiento della, como agora nosotros deprendemos el arte de la gramática latina para deprender el latín”.
El descubrimiento de América abrió mundos inmensos a la extensión de la lengua castellana, y los presentimientos nebrisenses, que entonces viajaban por el ancho mar, se convirtieron en realidad vasta y múltiple, hoy abarcable solo con la imaginación.