Anticipar es vivir

El Tiempo, Colombia, GDA

Filmar una película consiste en fabricar una realidad distinta en poco tiempo. Para lograrlo se necesita casi siempre haberla ideado, anticipado, mediante un guión. La anticipación es un recurso fundamental para la supervivencia. Por anticipación, nos emocionamos, deseamos, soñamos, capturamos la presa. Nos detenemos o avanzamos. Tenemos cerebro, sobre todo, para anticipar nuestros movimientos. Eso que luego haremos.

El poder de la anticipación explica y sostiene las ventajas de muchos deportistas, jugadores de béisbol y ajedrez, por ejemplo. Sumada a la calidad de habilidades y recursos, la anticipación ha hecho cracks a delanteros como Messi, Maradona o Pelé, hombres que han sabido siempre lo que harán con la bola en el terreno de juego, justo antes de que los aproxime el enemigo. Cómo lo driblarán, qué le harán creer, sus amagues, todos los engaños. Ni qué encomiar a los buenos arqueros que, de igual modo, “adivinan” por dónde va a patear el delantero rival, por qué lugar cruzará, cuál es el ángulo del arco que el otro tiene en la mente antes de patear.

La anticipación se ensalza también como virtud de estrategas, guerreros, estadistas y políticos inteligentes, que prefieren no moverse si no logran anticipar aquello que podría ocurrir.

Los accidentes ocurren, pero numerosas tragedias no habrían ocurrido si se hubieran previsto. Hay gente intuitiva, nerviosa, para la que no todo responde a la lógica. Jorge Luis Borges, que le tenía pánico al avión, recordaba cómo antes de viajar se imaginaba a la nave estallando en pedazos y a él corriendo en medio de la conflagración. “Si lo imagino, ya no pasará”, decía.
Es probable que Borges utilizara este ejercicio como el contra supersticioso de su temor ancestral, pero lo importante es que, de alguna forma, anticipaba lo que podía ocurrir. Un hombre demasiado prevenido, sí, pero también un tipo inteligente. En últimas, un cobarde no es sino alguien inteligente que imagina con claridad lo que podría pasarle si se atreve.

Durante gran parte de mi infancia se me hizo creer que, entre nosotros, los únicos que anticipaban eran adivinos o mentalistas. Gitanos sensibles que nos leían el pasado y el futuro en la mano o brujas agudas que aseguraban hallar nuestros amores en un pocillo de chocolate.

El arte y la ciencia se encargaron con el tiempo de delimitar frente a mí sus diferencias y, poco a poco, los expertos del Weather Channel se fueron metiendo a casa y se convirtieron en los nuevos vaticinadores de nuestra relativa felicidad.

Hace poco, varios de ellos anticiparon que la Costa Caribe colombiana estaba expuesta a huracanes, tan cambiantes en su trayectoria. Hoy sabemos que un ciclón se convierte en huracán. Lo hemos anticipado. Pero anticipar es también hacer algo. Ir más allá de los simulacros. La lluvia y el sol son, más que nunca, protagonistas de la historia nacional. Es hora de que Colombia se enfrente a los efectos del cambio climático.

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