Estudiar y estudiar, engañar al sueño, olvidarse del reposo, mitigar el dolor, sanar; universidad, aulas, hospitales; revistas, libros, computadoras; enfermos, quirófanos, fonendoscopios, laboratorios, imágenes. Horarios diurnos que se prolongan a nocturnos; siete, ocho, diez o más años de facultad, hasta alcanzar el título y la especialización; remuneraciones insignificantes y eventuales durante ese lapso. Este es el marco de la formación médica.
El ejercicio profesional exige una preparación continua y permanente y el desarrollo tecnológico de los últimos cincuenta años obliga a mantener actualizaciones, para servir a los elementos más evolucionados de la naturaleza, los seres humanos.
En sus inicios, el estudiante de medicina, al contactar con tejidos y órganos para analizarlos e intimar con ellos, los manipula con respeto y extrema delicadeza y rinde pleitesía a su perfección anatómica y funcional propias de una divina creación o de una excelsa, inteligente y perfecta evolución.
El pensamiento, la palabra, los sentimientos y emociones son expresiones de vida y la vida, es, pese a su inmenso valor, extremadamente efímera y lábil.
El médico es el protector de esa vida y su existencia tiene como objetivo trascendental mantenerla, se moderniza, progresa y participa en procedimientos que reemplazan a procesos quirúrgicos tradicionales. Se han incrementado los buenos resultados y han disminuido complicaciones.
La lucha es constante y el esfuerzo se orienta a vencer exitosamente a la enfermedad; excepcionalmente, en todos los países, se presentan resultados indeseables que construyen estadísticas inevitables de dolor y pesar.
El análisis, peritaje y juzgamiento de estos casos deben ser efectuados por profesionales conocedores de las leyes y del desenvolvimiento médico, instruidos en centros y escuelas de formación de peritos. Así se evitará la acción malintencionada y voraz de abogados que han encontrado en estos dolorosos sucesos una fuente fácil de desmesurado incremento de ingresos.
La angustia y desazón crecen cuando la historia legislativa se repite: diputados de labor intrascendente y descolorida encuentran la oportunidad de disfrazar su mediocridad mediante la emisión de leyes extremadamente radicales, para sancionar lo que ellos consideran, en fugaz análisis “crimen inintencionado” y castigar al “responsable” con prisión y suspensión de la profesión.
Existen asambleístas responsables y honestos que deben velar porque la elaboración de leyes esté revestida de sabiduría y sensatez y no se convierta en el terror y angustia que limiten la actividad médica a mínimos procedimientos, en los cuales la búsqueda de la salud sea elemental y parcial.